sábado, 26 de marzo de 2011

Ajeno rostro

He extraviado mi rostro. Los ojos que me miran desde el espejo no son los míos. Son duros y esquivos o tristes y ausentes. Mi rostro va por la calle solo. De incógnito. Nadie lo reconoce. Ni lo saluda. Es un rostro adusto con perfil de otras tierras. Lleva el pecado curtido en su piel. Porta la rabia contenida. Y yo que pensaba que guardaba algún resto de ternuras. Alguna mirada piadosa. Pero no. Llevo las lágrimas contenidas por dentro como afluentes de ríos que no irán al mar. Llevo en él la brisa, los campos y las montañas de una extraña soledad. Buscada y odiada al mismo tiempo.

Mi rostro lleva heridas tasajeadas por dentro. Alguien le designó unos miedos y allí están listos para el colmillo y el desgarre.

Mi rostro es como el umbral de una puerta hacia la derrota. Detrás de sus labios hay sabores de mujeres lejanas amadas y desamadas como al desdén. Hay botellas de licor que aún me queman las mucosas en el paladar del cielo. Hay fantasmas de prostitutas que quieren arañarme. Hay crujidos de lechos desordenados, en algún punto de este rosto ajeno con el que me levanté hoy.

Es un rostro reclamado por arañas oscuras y mariposas de la noche, aunque ya es de día. Debe ser un rostro con deudas pendientes. Deudas con la sonrisa por ejemplo. Deudas con la frase apropiada en los labios. Deudas con el perdón y con la huida.

En este rostro que me devuelve el espejo hay discursos derrotados. Y muchos silencios. Hay charlatanes con sus decálogos deambulando entre pómulo y pómulo. Este rostro es estéril como una mujer sin útero y respira aire demencial por los poros abiertos. Mi rostro tiene la lengua por cárcel y sueña con otra cárcel donde disparen contra verbos intransitivos. O quizás tiene ya el alma en una tumba de mil puertas cerradas y no lo sabe. O ya vislumbra su propio cadáver en cualquier instante del futuro.

En mi rostro de hoy tictaquea una bomba letalmente. Mientras tanto, desato mis instintos y dejo que mi rostro reparta desesperación por todas partes. Y que corra tras la premonición y el amargo efluvio y las preguntas.

A.F.

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