viernes, 23 de diciembre de 2011

Trascender o morir anónimo

A veces me pregunto, ¿cómo hicieron esos personajes que trascendieron en la historia a lo largo de los siglos, por haber logrado hazañas o creaciones extraordinarias, antes incluso de haber cumplido los 30 años? Fueron tiempos en que no existían los avances tecnológicos de hoy, en que se viajaba a caballo o en barcos muy lentos. Y aún así, esos hombres especiales grabaron su historia personal en la historia universal. Hay muchos, pero sólo voy a recordar algunos que me vienen a la mente:

Alejandro Magno, antes de pasar al otro mundo, ya había sometido a Grecia y ostentaba el título de generalísimo de los helenos. Alejandro fue grande tanto por sí mismo como por su imperio (el más grande conocido). Llegó a Persia, Asia, Tracia, Siria y Palestina. Siguió hasta Tiro, la capital de Fenicia. Luego iría hasta Egipto, Siria y los límites de la India. Su influencia aseguró la penetración de la cultura helénica en Asia y África. Su sueño gigantesco había sido el del Imperio Universal. Su imaginación ya había forjado este sueño, teniendo en Alejandría la capital de capitales. Este carajito que empezó a batallar a los 16 años, terminó muriendo de una simple fiebre de malaria a los 33. Pero que importa, ya era un inmortal.

Jesucristo, todos conocemos su obra y su trascendencia. Lideró la revolución espiritual del amor y después de casi 2 mil años, siguen intactas su imagen y sus ideas.

Mozart, Compositor austriaco del periodo clásico. Uno de los más influyentes en la historia de la música occidental. Nació en 1756 en Salzburgo, y lo bautizaron con el nombre de Johannes Chrysostomus Wolfgang Amadeus Mozart. A los seis años, era ya intérprete avanzado de instrumentos de tecla y eficaz violinista, a la vez que hacía gala de una extraordinaria capacidad para la improvisación y la lectura de partituras. Todavía hoy se interpretan cinco pequeñas piezas para piano que compuso a esa edad. En 1762 compuso sonatas. En 1769 fue nombrado Konzertmeister del arzobispado de Salzburgo, y en La Scala de Milán el Papa le hizo caballero de la Orden de la Espuela Dorada. Tenía sólo 13 años. Al año siguiente le encargaron escribir su primera gran ópera, Mitrídates, rey del Ponto, compuesta en Milán. Con esta obra su reputación como músico se afianzó aún más, Fue un niño genio. Antes de cumplir los 21 ya había creado buena parte de su obra musical.

Simón Bolívar, a los 22 años estaba tan claro en su proyecto de vida que juró en el Monte Sacro dedicar toda su vida a luchar por la libertad. Y eso hizo.

Antonio José de Sucre, antes de cumplir los 30 años, ya era el Gran Mariscal de Ayacucho. Fue el primer presidente de Bolivia y Jefe de todos los ejércitos del sur.

Miguel Hernández, poeta español que murió a los 32 años durante la guerra civil española. Antes de los 30 ya había escrito casi toda su obra poética (buena parte de ella en la cárcel).

Federico García Lorca, a los 20 años publicó su primer libro, Impresiones y Paisajes. Fue el poeta de mayor influencia y popularidad de la literatura española del siglo XX. Como dramaturgo, se le considera una de las cimas del Teatro Español del siglo XX, junto con Valle-Inclán y Buero Vallejo. Murió ejecutado tras el levantamiento militar de la Guerra Civil Española, por su afinidad al Frente Popular y por ser abiertamente homosexual.][]

Orson Welles, Cineasta norteamericano, a los 24 años escribió, dirigió y protagonizó una obra maestra del cine: Citizen Kane.

César Vallejo, a los 27 años ya había publicado “Los Heraldos Negros”, una de sus obras más trascendentes.

Arthur Rimbaud, a los 19 años publicó su libro más importante “Una Temporada en el Infierno”.

Y tantísimos otros. Cuando uno se compara con esos personajes, se siente infinitamente pequeño…. ¿Qué le pasa a nuestras generaciones? Tratamos de vivir largas vidas pero oscuras. Largas vidas que serán olvidadas al día siguiente de nuestro entierro.

Por el contrario, los hombres que nombré lograron trascendencia eterna, porque asumieron sus sueños bien temprano y lucharon por ellos sin importar más nada…. Ellos no han muerto en realidad. Y tienen otra ventaja, como murieron jóvenes, con una obra ya realizada, serán recordados siempre con la imagen lozana de la juventud y no con el rostro “amomiado” de los que daremos 3 pasos bajo tierra después de 8 ó 9 décadas de vida rutinaria.

A.F.

martes, 6 de diciembre de 2011

Testamento

Compañera, recibe de mis manos los rebaños de pobres, que llegan desnudos, hambrientos. Vienen de todos los puntos del planeta huyendo de las tempestades de fuego que los execraron. Te los doy para que anclen en nuestra inercia o la rompan.

Mujer, te doy el manojo de sombras que me acompañan. Sombras creadas por los vivos antes de morir. Pero ellas no morirán. Al contrario, podrían matar.

Para recibirlos te doy la alegría o la tristeza del que nada tiene que esperar ni nada pide. Te doy la canción del inmigrante. El suspiro del niño que mira en vano. Te doy la nostalgia del que remontó recuerdos de épocas remotas y ya no sabe a dónde pertenece.

Te doy la indolencia mujer, de quien no encontró nada en su primera comunión ni en la cruz que me enseñaron. Te doy el desconsuelo de un hombre vulnerable, que lleva en sí dolores ancestrales. Los pobres duelen en el costado herido.

Toma a esas manadas de pobres y dales ojos nuevos. Necesitan manos, arados y zapatos también. Necesitan una humanidad que perdí.

Te encomiendo mujer que repiques las campanas de las conciencias antes de que se desaten las descargas de cólera e impotencia de los pobres. Su fuerza indómita, potenciada con pólvora de sus infiernos. Es una cólera santa a punto de abrir sus narices de fuego contra las mansiones y los autos blindados.

Ten cuidado mujer, todo puede estallar y yo ya no estaré. Yo ya fui devorado por las fauces y los engranajes de una vida extraviada.

A.F.

jueves, 1 de diciembre de 2011

Soy una funcionaria

Soy una funcionaria. Tengo 36. Y no me ha llegado la menopausia. No soy una guerra de hormonas. Me siento mal y no sé por qué. Ni sé cuándo comenzó esta inquietud. Este desasosiego. Y no es físico. Sin embargo estoy como al borde de un abismo figurado. Si lo salto podría hallar un amanecer. Si me quedo de este lado, debo acostumbrarme a la compañía de monstruos imaginarios y payasos pálidos de paja seca.

Necesito ir más lejos para vencer miedos e incertidumbres pero me atan las rutinas, las seguridades mediocres. Soy una funcionaria. Y a veces las funcionarias somos tristes porque los sueños se nos apagan temprano y nuestra vida se hace más estrecha a cada paso. Si nos descuidamos nos ponemos grises como los escritorios y los archivos. Nuestra vida es predecible como los procedimientos y las normas

Lo cierto es que mi mano anda divorciada de mi espíritu. No se reconocen. La primera está 8 horas al día sobre las teclas del débito al crédito y viceversa. La segunda quiere vivir entre el verde y la brisa y dejarse llevar por un mar de espumas y alegrías claras. Mi alma no baila con los números del día a día y mi mano no los suelta. Quizás estoy perdida entre el viento y el olvido y espero indecisa ser abierta por una palabra de fuego. Pero sólo soy una funcionaria en el mapa cuadriculado de mis días y quizás la magia no sea para mí.

Y mientras me envuelve esta atmósfera del no vivir, la vida camina y arde. Sopla la llama viva. El amor rompe los límites. La tierra nace y renace. Gira en silencio mostrando a cada momento un nuevo rostro. Me tiende un arcoíris para la fuga, pero soy una funcionaria de 15 y último, que sólo sé vivir a ras de la tierra, escuchando los murmullos de sombras oscuras que reptan hacia mí. No conozco el camino hacia el sol. Mi cuerpo es ciego y torpe como un tronco sin brazos.

Soy una funcionaria cansada de un día cualquiera. ¿Por qué no me siento orgullosa de haber cumplido con mi deber?

A.F.

PD: A mi amiga M.B.

lunes, 21 de noviembre de 2011

Ternura

Como un abnegado escultor
Como oficioso escultor salgo a buscar palabras como piedras en su orden esencial
La busco para darle un talle exacto
Justo
Preciso
Para que ella nazca a punta de cincel luminosa y alta
Palabra que salva
Que enamora
Que mata
Palabra viva que pueda reconocerse en los espejos
Palabra alucinada o loca que se enamora de los ojos de una mujer
Palabra que seduce y posee con dulce y húmeda persistencia
Palabra que no tiembla para empuñar la muerte
Palabra que arrulla a los niños y calma las angustias ancianas
Tomo la palabra para asir la vida
Para detener la muerte
Para darle forma a unos versos con pies y manos propios
Tomo la ternura
Palabra pequeña sonrisa de este día
Remanso que curas viejas heridas al nombrarlas
Palabra que me dispensas silencios
Que batalla contra mis resabios más amargos
Palabra que late y parpadea desde su piedra eterna
Palabra que echa a volar esperanzas sueños pájaros de otros mundos
Palabra
Respiración que abres la puerta a los festejos del alma
Tormenta que limpias las ciudades de los hombres
Universo en libertad
Fecundadora que das pan y apagas la sed
Revolución existencial
Temblor de dos bocas
Último regazo
Soldado invencible que embistes y transformas
Palabra que te doy sangre y carne
Ardoroso amor te doy
Eternidad en construcción te doy
Alimento para el amor te doy mientras te tallo con martillos de fuego
Palabra
Ve al camino y predica la memoria del hombre sólo por el lado de su ternura

A.F.

sábado, 22 de octubre de 2011

Aquellas mariposas

Dos mundos más allá más la luz se arrodilla ante tus ojos mientras muerdes la tela de una vieja muñeca. Aparta la cortina que nos separa. Asómate. No es el cielo que cae a pedazos. Son tus ojos. Se desploma la delgada marea de tus párpados…
Mis dedos conocen los recovecos de tu espejo. Soy la sombra que se desliza mientras te alisas el cabello. No tengas miedo. Yo también aprendí a leer a Emily Dickinson en voz baja y a no cerrar los ojos de la noche.
En algún lugar existe una esquina, una puerta que espera el golpe de tu puño. Ven y dile adiós al frío, a tus mejillas color de tarde adolorida.
Ven, deja de morder tu muñeca de niña. Te enseñaré de nuevo a cazar mariposas y haré que nazcan alas de tus labios olvidados.

A.F.

miércoles, 12 de octubre de 2011

Seis cuerdas para un siglo

Ella lo había amado. ¡Lo supo –ahí- en aquel parco anochecer de mayo! Fue cuando él acariciaba –remiso- aquellas cuerdas con delicada avidez. De inmediato dejaba de ser y entonces era su música. Ella vagaba –urgida y ligera- entre las ventanas del tren de Las Fresas. Ceremoniosos saludos de los sauces escapaban de su mano sobre el vidrio húmedo de soles. El trémolo era entonces sus labios. Después, a ella el aire –breve, escaso- se le suspendía de las cornisas. Era entonces cuando su estampa se menguaba –de a poco- justo antes de doblar la esquina. Y se llevaba por largo rato la chispa de la luna. Y los agitados molinos rotos. Y era casi un siglo nomás.

A.F.

domingo, 9 de octubre de 2011

Se busca cuaima de buena presencia

Cuando digo cuaima, no pienso en esa serpiente ágil y venenosa, negra por el dorso, a la que tanto se le teme en Venezuela. Me imagino, en cambio, a una hembra perfecta en dimensiones, capaz de manejarse hábilmente en relaciones peligrosas y con el suficiente espíritu para asumir el adios, antes de que la rutina y el aburrimiento pasen su costosa factura.

Busco a una cuaima que me acompañe a mil kilómetros por hora en el vasto territorio de la imaginación. Que no se detenga a la puerta de lo desconocido. Que se adapte a mi forma animal. Que busque siempre la verdad y que le tema al discurso de las catedrales y de los políticos. Que escape presurosa de las frases hechas y de las doctrinas.

La prefiero salvaje, conocedora del secreto del vino y de los recovecos de la noche. Que tenga mucho kilometraje por esos mundos del pecado.

Tiene que ser inevitablemente morena y tener un corazón construido de locura y alegría.

Tiene que saber hablar con el mar y entenderse con las tempestades de mi piel.

Esta cuaima que pinto no es triste, pero sabe llorar como un río cuando se traiciona a la nobleza o se le rompen los sueños a los niños.

Esta cuaima tan especial, se arrima a las gentes sencillas, escoge las cosas más simples de la vida, y su risa liviana y transparente vuela con los pájaros. No soporta la soberbia de los poderosos ni la hipocresía de quienes se dan golpes de pecho.

Esta cuaima, esta mujer, es un ser extraño y escaso. Un ejemplar en extinción quizás, pero vale la pena buscarla para entregarle por un rato mis insomnios. Si llega a mi puerta, colocaré en mi mesa una botella de vino francés o italiano, le cantaré alguna canción de Serrat y dispararé fuegos artificiales. Puede que entonces ocurra una guerra animal.

Después la contemplaré desnuda hasta el amanecer, borracho de su belleza. Entonces, un rayo de sol la vestirá y el camino será de nuevo suyo. Porque una cuaima así, una hembra, una mujer de este calibre, no es para domesticarla en casa.

A.F.

viernes, 7 de octubre de 2011

Por un instante, la vida

(Dedico este texto a mi Ximena, amor total)

Hoy es un día hermoso. Hoy ríe desde mi boca el universo. Y pienso incluso que los Unicornios existen. Y por tanto existe la utopía. Y hay sueños como panes para llevar al horno. Si todos los días fuesen así, decidiría vivir un poco más. Coquetearía con las horas como si fuesen hembras en celo. Danzaría un ritual de cuchillos a punta de cintura. Esta imagen resume la vida. Mi vida. Ese celaje del acero que roza mis arterias y sigue hacia el vacío excita mi espíritu y me hace relámpago vital.

Del nacimiento a la muerte hay dos eternidades. A las dos las ahuyento con este sol mío que hoy llevo por antorcha. Hoy soy un insurgente del latido. Un soldado de la imaginación. Podría saltar de un rascacielos sin herirme. Enfrentar fusiles humeantes con la sorna del que se sabe Dios. Hacer el amor con Afrodita. Pastorear en vuelo una manada de elefantes. Acelerar mi moto en la vía láctea. Arrancarle los clavos a Cristo para quemar la cruz y su fardo milenario de sufrimientos. Quiero romper con mi sílex el alba para liberar cascadas de amaneceres y que corra libre la vida como las aguas.

Hoy guardo el látigo de la lengua y envaino la espada con la que suelo herir la página en blanco. Hoy, por un instante quizás, tuve la visión sincrónica del universo. Percibí su maquinaria exacta en su infinitud. Entendí fugazmente la armonía de la que soy parte. Y cada átomo mío, lo vi repetido en el cosmos, engranado a la vida. Me sentí una pieza infalible de la totalidad. Y todo este milagro fue posible sólo porque detuve el pensamiento un instante, y dejé que el niño que me habita, inmaculado aún, mirara por los míos con sus ojos sublimes.

A.F.

lunes, 3 de octubre de 2011

Por esa pena, mamá

Una mañana, en aquel pueblo que lava su costado sobre el Orinoco, mi madre me despertó un tanto animada. Con unos ahorritos que había acumulado bolivita a bolivita, me iba a comprar mi traje de primera comunión, a pesar de lo escépticos que éramos en casa respecto a la religión. El traje iba a ser oscuro, quizás para que desde niño sintiera la urgencia de vestirme como un caballero. Buscaríamos además una camisa blanca y una corbatica negra de quita y pon y unos zapatos negros de charol.

Inflamado con su ímpetu, yo la acompañé feliz, como si ese traje nuevo me fuera a abrir una ventana insospechada sobre un paisaje imaginario donde todo era posible. Sí mamá, a pesar de la pobreza, ese ajuar de caballerito, me empujará a ser un abogado respetable, un gran político o el sueño mayor: un gran músico. Un músico mundial mamá. Sí mamá, encarnaré tu sueño sólo para que no sientas esa tristeza secular. No soporto sentir esa tristeza que tú sientes.

El traje que íbamos a comprar tenía que ser bueno, barato y holgado para que no me quedara chico demasiado pronto. Además, poco vistoso, para que la gente no se diera cuenta de que era el único.

Ya con la bolsa de la compra en la mano, salimos de la tienducha de nuestro barrio para ir a casa. Entonces mi madre me dio un tirón de la mano y me señaló con un gesto a un personaje que avanzaba entre el gentío alegre de esa mañana. Era un hombre alto, delgado, de mirada airosa encubierta, que yo interpreté como un elegante desdén. Vestía de gris oscuro, largos zapatos de gamuza y corbata rojo sangre. Colocados como al descuido sobre su frente relucían unos anteojos Ray Ban de moda.

Pasó junto a nosotros, casi rozándome, aquel aparecido citadino. Y al mirarlo sentí que dentro de mí se abría un enorme agujero por el que mi cuerpo quería escapar para incorporarse al cuerpo de esa visión. Ser parte suya aunque no fuera más que su sombra, o descuartizarlo en pedacitos para apropiarme de su porte, color, seguridad para mirarlo todo sin miedo, no sólo porque lo tenía todo sino porque era el todo. Yo en cambio no era nadie, o eso al menos era lo que había aprendido de la tenaz tristeza que gravitaba sobre mi casa.

Lo vimos entrar al banco y con un suspiro de mi madre seguimos caminando, porque no podíamos quedarnos allí, lelos, que era lo que nos apetecía. Después supimos que se trataba del hijo de un empresario y hacendado, que acababa de regresar de Europa. Mamá suspiró de nuevo al saberlo. Si sólo lo conociéramos, él podría colocarme en pocos años en alguno de sus engranajes de negocios y yo tendría el futuro que no tuvieron ellos. Pero no sólo por eso suspiró mamá. Suspiró también por la nostalgia incurable de su mirada dolorida que comenzaba a dolerme incurablemente a mí. Mi madre suspiró por el temor de lo inasible, de una idea fantástica, abstracta. Por la pena y sufrimiento que causa lo inalcanzable. Por la humillación que produce saberse incapaz de alcanzarlo. Por esa pena suspiró mi madre esa mañana. Por esa pena y el torbellino de penas que se tramaban en su destino para los próximos 50 años.

A.F.

viernes, 30 de septiembre de 2011

Palabras para la vida

En esta tarde apaleada por cielos encapotados es buen momento para quedarse en silencio y dejar que los dedos escriban palabras a su arbitrio. Sin la impostura de la razón o de la memoria, sin el discurrir del pensamiento. Sin los artificios del intelecto, tan volátil y fugaz. Tan artero en sus estructuras aprendidas, por el desandar de caminos oscuros o torcidos o reales, pero siempre insondables…

Palabras que permitan construir una escalera de leños agrietados para subir al cielo y ¡eh Dios! ¿Estás allí? Palabras pregoneras que señalen con el dedo a todos los alados, Ícaros, Mariposas, Águilas, Ángeles, ellos que no tendrán nunca que inclinar la cabeza ¿cuánto por enseñarnos?

Decir reverdecer, resurrección, alegría, espacio, vuelo, libertad. Alargar las piernas sobre el abismo para rozar el amor sin mirar abajo, evadiendo las trampas del suelo… Darse la vuelta desde la muerte hacia el amanecer surgente. Respirar, soñar, vivir… atenazado el poema.

Enterrar las palabras inservibles, sombra, olvido, muerte, en el tragaluz de la noche. Olvidar el significado del tiempo. Dejarse fluir. Correr detrás de los caballos, las mujeres y los niños. Salvarlos. Construirles un espejismo con ventanas y faroles en un trozo de noche.

Mis manos van entendiendo que las palabras son el cimiento de todas las cosas. Sus combinaciones la vida. Su desmoronamiento la muerte. Ellas tienen sus normas propias y su música y su ritmo. Sólo hay que dejarlas salir, acunarlas como a niñas y cantarles. Y ellas te devuelven la vida sin pedir nada a cambio.

Hay que parir palabras como tierra, semilla, raíz. Como lluvia, sol y rocío para restañar los dolores y las ausencias. Dejar que corran hacia ti con su faz luminosa y te ciñan mientras cierras los ojos y te dejas llevar por esa estampida de palabras vivas, palpitantes, buenas…

Coloca junto a tu almohada, la palabra infinito, la palabra metáfora, la palabra insaciable, la palabra susurro. Deja que se metan en tus sueños como águilas o gaviotas. Que vuelen hacia el mar con alas fulgurantes, es la vida que pasa. Es la vida que viene.

Despliega la palabra ladrillo y construye primaveras y amaneceres. Construye risas y caricias, que resistan el fuego, la noche, las tormentas. Haz más ladrillos para la calidez y el hogar. Construye y construye más ladrillos hasta que tus manos sean arcilla. Hasta que te consuma el último rayo de sol. Y aún después, construye…

A.F.

miércoles, 28 de septiembre de 2011

Pirata

Sueño o más que sueño imagino un gran barco pirata en altamar.

Un barco extraño de una sola vela y sin timón.

Sobre ese barco que viene de los tiempos y no busca rutas voy de capitán y marinero. Íngrimo entre olas y amaneceres aferrado a una brújula dañada sobre el sur.

No hay otro hombre a bordo de mi barco cargado de viejos romances y de historias de abordajes.

Todo lo dejé atrás. Todo. Para habitar aquí en una marea de horizontes y enfrentar monstruos o demonios que no hablan ni hieren, pero me acosan desde sus miradas extraviadas más allá de la sin razón.

A veces toman forma de tigres o leones con grilletes al cuello. Reman como esclavos contra un mar que devora los remos, y trata de abarcarnos entre sus saladas mandíbulas de Dios embrutecido.

Otras, son aves agoreras negras como la noche que trazan su danza de la muerte sobre este capitán que ya no manda.

Yo los reto a atacar porque mi desprecio reina sobre el mar y la vida.

Pero escapan al escuchar mi aullido en el viento contra los mástiles y ver mis brazos en cruz contra la brisa como una vela humana.

Y transido así, sobre la proa intacta, dibujo abstractos mapas para un retorno dulce hacia el puerto de los imposibles.

Este barco extraviado a la deriva es mi tierra, mi patria y mi bandera.

Tiene sobre cubierta las huellas de amores pasados y en sus cañones oxidados hay acordes de guitarras, brindis con vino a cielo abierto y camaradas de torso desnudo, que sólo hablan de muerte y no de vida.

Este es el sueño en el que quise entrar rompiendo mi voluntad. Aquí navegan todos mis amores perdidos.

Y nunca despierto de este sueño y nunca duermo.

Pero por grande que sea esta desesperación ninguna ausencia es más honda que la tuya. Tú, mi puerto, mi brújula, mi luz y mi agonía.

A.F.

domingo, 25 de septiembre de 2011

Palabras desencadenadas

El difunto de hoy será olvidado mañana y del amor que arde hoy en llamaradas sólo quedarán cenizas mañana. El tiempo vive de hurtos. Es un tesoro breve y sería un desperdicio no invertirlo íntegro en amar.

No llamen a mi puerta, entonces. No interrumpan mis silencios, que tengo levantado el canto hacia adentro. Tengo cerrados para el mundo de hoy cuerpo y espíritu. Pero lleno mi casa para ella, de estrellas, de flores y de pájaros, antes de partir sin sueños de eternidad.

Quiero vivir este día por sus cuatro costados. Vivir hoy antes de arrancar la hoja del almanaque. No importa que el día lleve el nombre de un santo. Es mi día y todo comienza hoy. Incluso el inicio de los siglos de los siglos. Hoy no voy a mirar atrás hacia lo que no existe. Ni hacia mañana que es sólo una promesa en la niebla.

Importa comer hoy, beber una copa de vino. Tomarse de la mano. Regalar unas flores. Amar hoy y decir la palabra que había silenciado. Después, tratar de llegar a mañana. Y si mañana llegase la muerte, no importa porque habría vivido con el sol pleno de hoy.

Disfruto hoy hasta las piedras. Cabalgo sobre potros de fuego contra el viento que intenta sofocarlos. Renazco en plenitud con la mañana luminosa. Tengo la secreta palpitación de la belleza de este instante. Las olas nacen y mueren en el mismo minuto. Y no me hablen de esperanza. Sólo es una palabra ramera como tantas. A su lado siempre hay una guadaña afilada.

Algún día o mañana, mi rostro, como las fuentes, huirá bajo la tierra o caminará sobre la noche como el humo de los altares. Mañana olvidaré mi hora, mi misterio. Me vencerá la muerte, pero hoy, estas manos pueden herir algunos versos y esta piel puede mezclarse con la de ella, sin promesas de futuro.

Y cuando no sea nada, siempre tendré el secreto del vértigo: una centella en la tormenta, rayando el instante o un eco sordo que se pierde en la nada. Es útil saber que vivir es sólo curvarse hacia la muerte.

Y tú, si sabes escuchar el silencio, quédate conmigo mujer desnuda, y espera que llegue la oscuridad a mis ojos. Y no intentes descifrarlos. Sería en vano. Mientras, déjate llevar por mi fuego y mi derroche nítido de estas horas que preceden al nuevo día; y ayúdame a escribir un poema claro, sombrío, sabio, ingenuo. Y no me llames extravagante.

A.F.

lunes, 19 de septiembre de 2011

Desterrado

Desterrado
Te ladran los perros.
Te evaden los transeúntes para no caminar sobre tu herida.
Ni la cruz que llevas en tu espalda te pertenece.
Inhalas inquieto el horizonte del miedo.
Conoces palabras que aún no han sido pronunciadas.
Y hablas de historias que no han sucedido. Y no eres un mesías.
Te desvaneces sin lugar ni tiempo.
Piensas que todo murió y quieres ver la muerte de la muerte.
Pero es tu cadáver íngrimo el que ya existe en el futuro.
Has extraviado tu rostro. La puerta de tu casa. Tu tierra natal.
Eres un extranjero. Un emigrante en la vastedad de miedos y gritos de otros mundos. Una ignominia.
Un día recogiste pedazo a pedazo tu niñez y te la echaste a la espalda.
Apagaste tu lenguaje en lágrimas y saliste al camino retorcido de relinchos.
Aterido buscaste un sueño para vestir tus flaquezas.
Pero sobre ti sólo se derramó el aliento marmóreo de la noche.
Caminaste con un ojo dormido y el otro brillante dejando atrás un quejido largo.
Has designado a Dios como tu enemigo y aún esperas Su furia y Su último Juicio.
¿Quién te absolverá de tu tragedia?
Repartes desesperación por todas partes y corres tras la premonición y el amargo efluvio del final en tierra ignara.
Hay un precio para las guerras y otro para las derrotas. Tú ya lo pagaste.
Has llegado al límite. Esta es la noche de tus confesiones.
No hay espacio para tu regreso. Todos los caminos son engañosos y tú siempre fuiste una equivocación.
Todos rezan contra ti. Cada voz reza contra ti.
El viento ulula un rezo contra ti.
Todas las horas de los días rezan contra ti.
Los niños rezan contra ti. La cópula de los animales reza contra ti.
Las flores y los pájaros y las putas rezan contra ti. ¿Quién podrá salvarte?

A.F.

domingo, 11 de septiembre de 2011

Un final

Abrió la puerta, la miró y se dobló sobre ella hasta besarla en su inquietante quietud.
(La mujer lo miraba inexpresiva)
Había una neblina humedecida que imitaba la vida vagamente. Se apretó el nudo de la corbata, el corazón, sorbió un café amargo y turbio, explicó sus proyectos para hoy, sus sueños para ayer y sus deseos para nunca jamás.
(Ella lo contemplaba impávida)
Volvió a hablar. Recordó la lucha de tantos días y el amor pasado. La vida es misteriosa e inesperada, dijo.
(Más frágiles que nunca las palabras)
Finalmente calló con el silencio de ella, se acercó hasta su boca y lloró simplemente sobre aquellos labios ya eternamente sin respuesta.
A.F.

viernes, 9 de septiembre de 2011

Mundo mediocre

Refresco mi mente con algunos de los postulados de Nietzsche, siempre irreverente y a contracorriente. Y lo hago porque siento que los tiempos que corren son demasiado farragosos, demasiado cargados de “paja” intelectual, de ideas caducas y de mediocridad general. Ya decía Borges a mediados del siglo pasado, en relación a lo mucho que se habla y se escribe sin decir nada, que rechazaba a esos grandes libracos de 500 u 800 páginas que le exigían una gran dedicación de tiempo a los lectores, para enterarse de algo que en lenguaje oral podría contarse ágilmente en pocos minutos. “Un libro no debe requerir esfuerzo, la felicidad no debe requerir esfuerzo”, dijo el argentino en una conferencia refiriéndose a Montaigne, quien, por su parte, sostenía “No hago nada sin alegría”. Pues debemos felicitar a Montaigne porque, qué difícil es hoy hacerlo todo con alegría cuando tenemos la conciencia de que este mundo está lleno de injusticias, escasa ética y muchas contradicciones.

Pero es en este punto donde quiero introducir a Nietzsche. El filósofo de Zaratustra, afirmaba que los valores ascéticos deben volver a dar paso a los valores vitales. Y apunta su crítica hacia nuestra cultura occidental marcada por el platonismo y el cristianismo, que subordina al hombre y le impide construirse su destino a partir de sus propios valores y no de valores metafísicos, que le son impuestos a pesar de que poco o nada tienen que ver con la realidad humana. Nietzsche sentencia que el hombre debe ser el centro, no en términos egoístas, sino de una auténtica y completa realización.

Su visión del mundo estriba no sólo en el definitivo rompimiento con el pasado, sino en la fuerte necesidad de transformar al hombre. Para Nietzsche el Sistema Social se ha llevado al extremo y en su lucha por sobrevivir ha absorbido al hombre. O peor aún, el hombre se ha entregado al Sistema. Quizás por eso, cada día que pasa, sólo se observa más resentimiento, más subordinación, más culpa, más carencia de pasión frente al reto de construir un mundo mejor. El sistema, la cultura social en que nos ha tocado crecer nos determina, nos define y finalmente nos atrapa para engrosar sus filas de personas chatas y mecánicas. De individuos sin búsqueda y perfil propios.

Y en paralelo a esto y reafirmando los oscuros momentos que vive la humanidad, tal parece que los individuos nobles son cada vez menos en relación con los espíritus mediocres, corrompidos y débiles. Y estos últimos, como son mayoría, ocupan el poder y dirigen el destino de nuestras sociedades. ¿Hacia dónde? Ustedes dirán…

A.F.

miércoles, 31 de agosto de 2011

Mi amigo el Pepe

Hablaba mucho el Pepe. Y cuando hablaba escupía a la gente. No es que quisiera. No. Es que algo no le funcionaba bien al Pepe. Nació así, un poco raro. Tardó años en aprender a caminar y más años en aprender a hablar. Pero cuando pudo ya no dejó de hacer una cosa ni la otra. A lo mejor caminaba siempre por los mismos sitios. Yo no me acuerdo mucho, pero seguro que todos los días repetía las mismas vainas.

La india Caribe de su madre lo botó cuando en su poco entender vio clarito que el carajito no iba a servirle para mucho y ella fue a dedicarse a lo suyo. A enzarzarse con cuanto borracho salía del botiquín María Félix de Upata, pa´que le dieran ron y acordeón. De eso sabía ella bastante y así amarraba las noches con los días entre tragos y meneos. Se dice que fue más poseída que el espanto de “la llorona”, con el que asustaban a los niños para que se metiesen temprano bajo las cobijas. Claro, poseída, pero no por los espíritus.

Una tía de el Pepe recogió aquel pedazo de carne espatillao y lo lanzó en el patio del rancho. Allí creció el Pepe, junto a un cerdo que le comió un pedazo de oreja, un burro, dos gallinas ponedoras y una anciana perra llena de gusanos. De tanto oír cantar a las gallinas el Pepe gritó sus primeros cacareos a los 5 años. Cualquier forastero al pasar diría que en ese patio había tres ponedoras. Pero no, la tercera era el Pepe.

Cuando logró caminar tendría unos 8 años. Era rechoncho pero fuerte. Así que la tía le inventó trabajo. Le mandó hacer una carretilla de tablas para que le llevase o trajese cosas a los vecinos a cambio de una locha o dos caramelos. Dos años después ya era el esclavo ideal. El Pepe lleva y trae el burro a comer. El Pepe trae el agua para la casa. El Pepe ordeña la vaca del vecino. El Pepe desgrana el maíz o palea el frijol. El Pepe se para a los de la madrugada y se acuesta a la medianoche. Pero él, contento. Siempre se ríe. Nunca se cansa y habla y escupe sin cesar. Nosotros le echábamos vaina, pero lejitos de su escupitajo.

Cuando cumplió 16, nos dijo que ya era hombre porque le habían salido unos pelos negros por allá abajo. Muy orgulloso estaba. Tanto que escupía más que de costumbre. El tonto de el Pepe no era tan tonto. Le gustaba Marita, la hija de la Pachola. Cada vez que podía se escapaba a verla desnudita bajo la luna tendiendo ropa en el patio de su casa y se quedaba agachado detrás de una mata de mango, mirando aquellos privilegiados pechos de Marita, blancos y generosos. Seguramente más sabrosos que una guayaba “jecha”.

Como él nos enseñó ese mirador, nosotros lo llevamos a los nuestros. El primero era una gran mata de mango frente a la casa de Doña Concha, quien viuda desde hacía varios años, gustaba andar desvestida por su casa y por el patio y si notaba que la veíamos más adrede nos enseñaba sus protuberancias. Gozábamos verla, sobre todo, cuando entraba a un cuarto que tenía dos grandes espejos. Allí le veíamos cuatro piernas, seis senos y quien sabe cuántas otras obscenidades reflejadas. Era un festín para los ojos. Lo malo es que al Pepe en estas ocasiones la saliva le salía a borbotones y eso nos enfriaba un poco el guarapo.

También espiábamos la casa de los Guanipe, los más acomodados de Upata. Les habían traído una muchacha para las labores de la casa, desde Santa Helena de Uairén. Era una mulata de muy buen ver pero rara. Nunca pudieron obligarla a ponerse las alpargatas. Andaba siempre descalza. Al anochecer solía salir al gran patio de la casa, se quitaba la batica de trabajar y se refrescaba a sus anchas. Después arrancaba cundiamor y se lo echaba por encima con hojas flores y frutos. Así se tapaba algo de nosotros que la atisbábamos desde una rendija en la cerca de bloque. Yo creo que ella sabía que estábamos allí y hacía ese ritual para nosotros. Ritual que concluía mordiendo con fuerza un mango verde y lamiéndose luego los labios con provocación.

En esas tropelías adolescentes le fuimos cogiendo cariño al Pepe y nos acostumbramos a andar ensalivados. Un día llegó la desgracia. El Pepe se agachó a recoger unas flores que se le cayeron de la carretilla y la coz de un caballo le partió la frente.

Después sí que lo extrañamos. El Pepe era bueno y dulce como una catalina. Ni siquiera ir a verles las tetas a Marita, Doña Concha o la Mulata lograba alegrarnos un poquito el alma. Sin el Pepe. Sin el inocente Pepe nada era lo mismo.

A.F.

martes, 30 de agosto de 2011

Matanzas

La vida pasa de largo
en estos territorios
de mapanares, iguanas y caimanes
de guacamayas y pericos


Matanzas se yergue
sobre sueños naufragados
¿Son ofrendas
o maldiciones
su bosque de chimeneas
ardiéndole a la luna?


Entre ríos blancos y marrones y azules
los amores se secan
por esos espacios derramados
por el fuego
donde el chirriar de los metales
afina un cantar de chicharras
inasibles
bajo soles calcinantes.
En estas selvas
con música de culebra
sabanas teñidas de rojo y rojo
preludian
el tránsito breve hacia otra muerte

Llamarada
donde se queman alas
transparentes
donde se cuecen
las profecías
del final
Acero y sangre
tierra y hueso y árbol podrido
chimeneas que apuntan a Dios
que condenan a Dios
en una penúltima
señal.
Habrá otras
pero aquí
abundan las muertes achicharradas.

En los hornos
Donde se gestan futuras catedrales
y puentes
y rascacielos
hombres de uniforme azul
se entregan a rituales
de fundición.
Son sombras alucinadas
bajo cascadas de hierro fundido
de carne fundida
de sueños fundidos

Nada importa
la industria debe prevalecer
24 horas al día.

Los hombres pasamos
chamuscándonos de costado.

A.F.

lunes, 29 de agosto de 2011

Espejos

Tienen los espejos una crueldad y un gozo literarios, una túnica blanca y un horror antiguo al vacío, un fácil paralelismo con la creación primera, unos renglones bíblicos que nos devuelven a los jardines donde fuimos el primer hombre y la primera mujer, un acento que se prodiga en las profecías y también en la ciencia, un instante de temblor y acogida, una multiplicación rápida y un eco hambriento, una semejanza ambigua que nos convierte en otros, y así nos reconcilia con nosotros mismos.

Hay en el azogue generoso de los espejos una metáfora de la otredad y más de un enredo narcisista, una mezcla de realidad y deseo circundantes, de tormenta y calma aparentes, de superficie firme, brillante, que sin embargo se curva y se desgarra, se hace añicos, se crispa, y nos revela un trasfondo inagotable, un universo en otro. Un cruce de formas contenidas que los pensamientos desbordan, un juicio solemne y un debate en ebullición, un juez mudo, ausente, una balanza inservible, y un coro enloquecido de testigos que deambulan por las aristas persiguiendo una única verdad que no existe. Hay también una lágrima mutilada, una sonrisa recién nacida, un apocalipsis revelador, y un crisol áureo por el que acabamos dando la vida.

Pero la mancha indeleble del aliento que acompaña nuestras palabras no desaparece jamás de los espejos.

A.F.

miércoles, 24 de agosto de 2011

Llegó el final

Echa una última mirada mujer a esas paredes donde colgamos los retratos y los cuadros de ayer. Dale una última mirada a las tazas del café, a las copas de vino que se salvaron de naufragar en el lavaplatos. Mira por última vez desde el resquicio del balcón, el pedazo de montaña verde que solíamos conquistar con ínfulas de campeones cada fin de semana.

Palpa el lecho común que sostuvo nuestros cuerpos, nuestras danzas rituales de amor, tus tristezas bajo la almohada, mi frecuente indiferencia mirando al techo. Recorre el torso de aquella estatuilla danzante de metal que compramos a aquel viejo y hermoso artesano de la Gran Sabana.

Revisa tus libros y escoge los que quieras para el camino. Deja los míos así, desordenados en anarquía como mi alma. O llévatelos todos menos los de Borges, Goethe, Emerson, Vallejo y Rimbaud. Ah, déjame por favor El Lobo Estepario, porque ese personaje de Hesse, parece haberlo calcado de mi propia vida. Qué bien me retrata. Qué bien sondea en las complejidades de mi subconsciente. Qué precisión para describir mis errancias por calles e ideas oscuras. Por amores tortuosos. Por vicios y pecados de la noche. Qué locuaz con mis temores y contradicciones. En fin, déjame ese libro porque cada vez que lo tomo, toda mi parte animal se refleja en sus páginas magistralmente y sólo leyéndolo sé quién soy.

Llévate la música y las canciones que cantamos juntos. Hoy sólo quiero escuchar el Segundo Movimiento del Concierto de Aranjuez y quizás el Adagio de Albinone. No es la primera vez que me ocurre. Cada vez que se me rompe el amor me refugio en esos dos discos, que aunque me conmueven hasta el paroxismo no logran humedecer mis ojos, duro como me he vuelto mujer. O dura como es esta máscara que llevo puesta por necesidad.

No te despidas ni me des un último beso, de esos que rompen venas y entrañas. Vete sigilosa. Vete dulce, envuelta en tu ternura de otros tiempos. Envuelta en ella, serás invencible frente a las puertas franqueadas del nuevo desierto al que entrarás.

Busca en ti misma las voces y las palabras de amor que yo ya no te doy. Toma al Universo por el cuello y estremécelo antes de que tus pies den los primeros pasos lagrimeando lluvia sobre el cemento. Que no te asusten los oblicuos fantasmas que se proyectan en los muros. Sé que en estos momentos finales, toda la oscuridad del mundo ocupa los espacios de tu mente. Pero mañana, con la fogosidad del nuevo día, se abrirán caminos efervescentes y verdes, pletóricos de retos y seguramente de nuevos amores que te curen las viejas heridas que ahora te causo.

Yo no soy apto para amar largamente. Amo así de repente, y de repente me vacío de amor por completo. Debo tener un defecto de fabricación. Voy por la vida destruyendo ilusiones, liberando a mis prisioneras con displicencia. Arrastro mis cadenas a ratos solo y a ratos acompañado. Si pudiese verlo, sé que voy dejando tras de mí un rastro brillante y resbaloso como el de un caracol venido de otros mundos. No sé amarte como tú necesitas, pero nunca te mentí. Cada palabra y cada beso fueron reales como real es hoy esta despedida vacía, yerma. Triste. Cruda.

A.F.

lunes, 22 de agosto de 2011

Las lenguas también mueren

Las lenguas son expresiones culturales de los pueblos y como tales nacen, se desarrollan y mueren. Hace algunos años, al morir la anciana Yang Huanyi a sus más de noventa años de edad, se llevó con ella el único idioma en el mundo hablado sólo por mujeres.

Era la última conocedora del nushu, un idioma del sur de China que durante al menos 400 años sirvió como lenguaje para las mujeres que querían compartir sus secretos con sus hermanas y amigas, a salvo de los oídos indiscretos de los hombres. La anciana aprendió el idioma antes de casarse, pero sus hijas y nietas no lo quisieron aprender.

Como el nushu, se calcula que por lo menos 6.000 idiomas en el mundo están bajo el riesgo de extinción.

Si entendemos, y sentimos, una lengua, o un idioma, como vehículo de expresión e interrelación de una cultura común, como una expresión viva del individuo y de un pueblo, no podemos hacer otra cosa que lamentarnos ante los datos que arrojan algunas investigaciones.

Aproximadamente el 80% de la población mundial habla 83 grandes idiomas, mientras que existen 300.000 lenguas que sólo las utiliza el 0,2%. Más de la mitad de los idiomas hablados en el mundo no están documentadas por escrito, motivo por el cual un idioma se extingue cada dos semanas, al desaparecer su último hablante.

Los idiomas sudamericanos que corren mayor peligro son el vilela, que sólo lo hablan dos personas en Argentina, y el ofayé, que tiene unos 20 hablantes en Brasil. Otras lenguas que podrían desaparecer pronto son el guató (50 hablantes), el krenak (80), el kabixi (100), el xokleng (250) y el maxakalí (750). Curiosamente, Bolivia tiene el doble de diversidad lingüística que toda Europa, ya que cuenta con 37 lenguas y ocho familias lingüísticas, que son las mismas que hay en todo el continente europeo.

Otras zonas susceptibles de perder esa riqueza cultural en este siglo que comienza son Siberia Oriental, el norte de Australia, el sureste de Estados Unidos y, también en ese país, la meseta noroeste del Pacífico.

Pero también se dan casos positivos. Tras siglos de marginación, el tamazight (o cabileño), la lengua del pueblo bereber, o el kurdo empieza a ser reconocido y respetado por los estados de Argelia y Turquía, respectivamente. O el náhuatl, lengua franca de los aztecas antes de la conquista castellana, sigue vivo después de más de 500 años (en realidad nunca murió, gracias a palabras tan comunes como chocolate, chile, coyote, cacahuete...) y es oficial en la enseñanza primaria.

Una curiosidad: Bi Kidude, probablemente la cantante activa más vieja del mundo es una leyenda viva en su isla natal de Zanzibar (Tanzania, Africa). Un documental que cuenta su vida, muestra con una banda sonora que reúne 100 años de música Suahili, los contrastes dramáticos de la vida de un ícono de la música. Y de la lengua. El título es muy alegórico: "As old as my tongue". Les invito a navegar esa página y a cuidar su lengua.

A.F.

martes, 9 de agosto de 2011

Lluvia

a mis hijas Laura y Diana

Pequeña lluvia que pinchas mis ventanas
Lluvia constante, breve, precisa, leve
¿Cómo te llamas amado cuerpo de agua, lluvia del génesis?
Lluvia de todos los diluvios, lágrima del apocalipsis
¿De dónde vienes con tu humanidad milenaria de mujer?
¿Me buscas o soy sólo un habitante de tu soledad?
¿A qué nombre volteas tu cabellera infinita qué moja las estrellas?
Te digo Laura y no te inmutas
Murmuro Diana y sigues como sorda en tu canto brumoso
Lluvia vagabunda, rebelde, irreverente, transgresora como yo
Lluvia que me mojas por el lado de los huesos y los nervios
Lluvia que te canto y te lloro en el mismo cantar
¿Laura, Diana?
Entra, te abro las ventanas, moja mis libros, mis paredes
Invádeme la casa, lluvia, amiga dulce y doliente lluvia
Acompáñame a labrar, a tallar palabras para siempre
Nombremos juntos las cosas que no existen para que vivan
Ven, minuciosa, exhaustiva
Palpa la máscara lívida de este rostro que se tutea con cuchillos
Enterremos tristezas y alegrías como huesos de difuntos
Cóseme la memoria a tu bruma para no pensar
Tráeme el concierto de tu banda de grillos
Prepárame el pan de fuego que me levantará al nuevo día
Laura, Diana
Lluévanme serenas y hermosas, femeninas y blandas
Que el tiempo no amaina en esta desnudez de horizontes

A.F.

jueves, 4 de agosto de 2011

La muerte, esa totalidad

Los vivos a veces nos desconectamos, nos distanciamos, nos apagamos. Sin morir estamos congelados en el tiempo. Puede ser por un segundo o por años. Los vivos no sabemos vivir. A veces respiramos, pero estamos muertos. No hay vibración en nuestros instrumentos de vida. Se han callado nuestras emociones, se han cerrado nuestros sentimientos y la memoria yace en una sima preñada de telarañas. Hasta los ritos que hemos aprendido por generaciones quedan en la página del olvido. Los vivos solemos ser un bulto de carne a la deriva, sin dirección, fuerza ni velocidad. Sin sentido, por tanto.

La muerte en cambio, siempre está trabajando. Siempre está viva. Está en todas partes, ágil, solícita, ordenando sus pompas, encendiendo sus cirios. Tramando siempre su mejor obra. La muerte cosecha olorosas flores en la noche. Su noche. Ella alimenta bien a sus nardos y jazmines de pesados pétalos, a sus lirios silvestres, a sus cerosas magnolias.

La vida sólo sabe decir Padre nuestro que estás en los cielos, danos tu reino, la muerte en cambio llega silenciosa, amarga, segura de sí y asesta el golpe certero. Nunca falla. La vida se oculta cobardemente entre imágenes de santos y vírgenes por las esquinas, entre rosarios colgados de ménsulas o clavos envejecidos. La muerte luce sus estertores entre los espejos y las lámparas que le roba a la cobarde vida. La muerte domina las profundidades de la videncia y de la profecía.

La vida es una garganta rajada por sollozos que habla de desgracias, del fin del mundo, del juicio final. La muerte arrastra oscuras remembranzas de ritos funerarios desde el inicio de los tiempos. La vida quema sus frágiles alas de mariposa en los albores de un día cualquiera. La vida es una suma de torpezas.

La muerte no olvida sus voces, su lenguaje. La muerte es ese horror último que pone fin a la soledad del hombre en tan incierto camino. Es dueña de todos los salvoconductos de la otra orilla y es dueña del hombre desde sus primeros ritos. Es ama absoluta del nunca jamás.

La vida pasa fugaz sin estructurar su permanencia. Se sabe inútil. Breve. Esclava. La muerte tiene su organización de grandes negocios fríos, de bronces, coronas pompas y oraciones. La muerte es dueña del gremio de preparadores enlutados y solemnidades de cumplido. Es vasta. Total. Infinita. La vida es sólo este relámpago incierto en un día de tormenta.

Digo con Rimbaud: “Yo salgo, si un rayo me hiere, sucumbiré sobre el musgo”.

A.F.

miércoles, 3 de agosto de 2011

La anciana que te habita

Muchacha, en esta tarde gris, te observo y veo que te habita una anciana. Sí, el tiempo se abate sobre ti y tú a tus 25 años aún no ves la madurez que te atropella. El tren de arrugas que avanza avasallante. Ya veo el color amarillento de tu dentadura. La piel seca y desvencijada. Veo hoy todo ese horror y me espanto de la brevedad que somos y que eres.

Pasarán por tu vida como asaltos, rostros taciturnos, gritos, ídolos falsos, objetos perdidos en la calle, viajes, hurtos, altas soledades. Aún te quedan las horas de la desesperación y la melancolía. Las horas de los amores y rechazos. Y mientras, a pasos agigantados, la vieja engorda, se desarrolla, se afea en tus adentros sin que la veas. Agazapada en tus entrañas espera el instante de mostrarse y borrar de un zarpazo tus sueños y tu lozanía.

Ya veo el momento en que se clausura tu zona de deseo. Se seca y se hace inerte tu feminidad. Es triste sí, pero ahí viene el tiempo a visitarte en la curva de una calle o en el rincón oscuro de un cine. Entonces, casi de repente se te escurren los recuerdos por el cuello. Se enroscan en tu sueño. Te persiguen en busca de pupilas que los reflejen y las tuyas ya están apagadas. Y llega ese momento en que no sabes si la vida es o fue.

Un pedazo de ti rompe la niebla. Otros pedazos se disuelven en la geografía. Tu espíritu se oscurece sólo unos años más allá. Entras a tu propio crepúsculo. Ya no hay luz, ni lujuria, ni alegría en tu pecho despojado. Con la velocidad de un relámpago perdiste el furor de tus veinte años.

Muchacha, la anciana que hay en ti penetra en el lecho, dócil. Se acomoda con cierto esfuerzo. Hay un rastro de dolor en su rictus y un instante después, con los labios salados, se apaga como un fogón sin leña. Así que ahora, que aún eres certeza, abre la noche de tu vida y ama sin cuenta y sin restricciones. Palpita. Asume dolores y alegrías y fúndete en ellas mientras los años caen como rocas enormes sobre ti.

A.F.

lunes, 1 de agosto de 2011

Extraviado

Aullante el rostro
Enjuto el cuerpo como un tallo
Ojo de desterrado lleno de tierras y raíces ajenas
Trazo extraviado soy
Voy cayendo hacia la condición de bestia
Muerdo un sabor de metal entre los dientes
¿O de sangre?
Olfateo la tierra cubierta de cascajos
Avanzo innominado y solo trepando por mis años
Tocado por la muerte
Tengo la sombra exacta
Inmóvil de osamentas y mandíbulas
Camino como el hambre entre dos fieras
Habitante eterno de la sed
La busco
Una mujer de espera y de paciencia
Mujer de luna en luna construyendo la vida
Mujer parca con manos de yerba y agua dulce
Mujer que baila por los caminos
Y su cuerpo es aire y luz y risa
Y su piel el territorio donde vuelvo a ser hombre

A.F.

miércoles, 27 de julio de 2011

Imaginerías

No pude escapar de las moras que nacían de tu boca

Me alcanzaste en las viejas murallas de piedras carcomidas

Y esos cuerpos se amaron severos e impúdicos

Como ajenos a nosotros

A ritmo despiadado y a besos lentos

Se dieron en espléndida, rápida entrega

Sabían que no hay tiempo ni para morir

Se saciaron uno en el otro sólo para estar vivos

Tú estabas tranquila y áspera, animal y tácita

A veces cauta y delicada en tu blandura

A veces con la carga de tu larga tristeza

A mí me corrían incendios desde las manos a los labios

Después deshilachamos crudas palabras

Dejamos fluir íntimos secretos

Y te fuiste deshojándote en la bruma

Ya no exhalabas aromas de carne reprimida

No tenías nombre

Existías como un eco del silencio

Eras tal vez sólo una pregunta al viento

A.F.

martes, 12 de julio de 2011

Extraviados

Por un instante me elevé con la imaginación y nos vi abajo. Extraviados o movidos por hilos como marionetas. Observé en silencio nuestras contradicciones. Una y mil veces sobre los mismos temas. Observé la prisa y el miedo de nuestros movimientos. Observé cómo nos cambiábamos las máscaras para cada ocasión. Nos vi fugaces. Sin prestar demasiada atención a nada. Todo "fast food". Todo “light”. Rápido olvido. Pase el siguiente…. Diga señor… No tengo tiempo… Vuelva mañana… No puedo ayudarle… No moleste carajito…

Nos vi sin asumir ninguna causa. Sin conciencia. Sin consecuencias. Sin caras. Sin sentimientos. Todos anónimos. Manadas humanas como en la 5ta. Avenida de Nueva york. Sin nombre. Sin sentido. Sin humanidad. Todo en nombre de la apariencia, de figurar. De quedar bien sin compromisos, total.... ¿Quién sabe cómo me llamo? ¿Qué es de mi vida? ¿Estará loca esa doña que grita? ¡Qué importa! Importa aparentar, fingir, todos somos dioses, perfectos, felices, todos tenemos respuestas para los demás. Todos sabemos todo. Todos tenemos razón. Nadie se equivoca y el que se equivoca, merece el fuego del infierno... nos vi payasos. Manchas inútiles extraviadas en el cosmos. Entonces leí a Nietzsche y así me “habló Zarathustra”:


"¡Amigo mío, cobíjate en tu soledad! Te veo ensordecido por el estruendo de grandes hombres, y afligido por los aguijones de los pequeños.
¡No levantes el brazo contra ellos! Son innumerables y tu destino no es ser espantamoscas. Simulando una máxima inocencia, esas moscas quieren chuparte la sangre: sus almas exangües codician sangre.
Mas tú, profundo, sufres con profundidad e intensamente, aún cuando tus heridas no sean sino rasguños; y antes de haberte curado, ya se arrastraba por tu mano la misma larva venenosa.
Se presentan también, no pocas veces, entre grandes amabilidades. Tal ha sido siempre la astucia de los cobardes. Aun cuando eres suave con ellos, se sienten menospreciados por ti; y te pagan tus bondades con fechorías encubiertas. Tu silencioso orgullo les irrita, y se alegran cuando eres alguna vez lo bastante modesto como para mostrarte vanidoso.
Amigo mío, huye a tu soledad, allí donde sopla un viento áspero y recio. Tu destino no es el de espantamoscas."

A.F.

jueves, 7 de julio de 2011

Es tarde

Es tarde mujer. Tarde para todo. Somos esclavos de la máquina del morir. Te miro a los ojos y lo entiendo todo. Se hizo tarde para emprender el viaje. Para amarnos. Para decirnos adiós. Somos truncas sombras bajo las grandes luces. Una especie de desgarradura cósmica. Sin remedio.

Tus labios hablan con nostalgia inexplicable. Lo hemos perdido. Aún antes de tenerlo o de vivirlo. Te mezclas en la multitud. Te vuelves virtual como el pasado. Ilusoria en mi memoria que se desmigaja.

Ya no fluimos del mismo manantial. Ni somos piedra sobre piedra. Ya no sé cantarle a tus torres de viento. No reconozco los pájaros de tu pecho. Y tú no le hablas a los helechos colgantes del patio. No te entiendes con la guacamaya azul. Ni yo me levanto con el gallo. Te respiro, es verdad, pero de lejos. Como olas ausentes.

Es tarde amor. La memoria camina alocada por los corredores. Salta en las sombras. Ahonda en lugares que fueron sólo nuestros. Esta casa ya no es nuestra casa. Es un dibujo oscuro. Pronto no quedará ni el ruido de los pasos secos de los dos. El amor sigue su camino una vez más. No asienta los pies. Se desvanece. Escucha el silencio de los relojes, amor. Todo ha terminado. ¿Fuimos ayer o nunca fuimos?

Es tarde amor. Nuestra herida se derrama cargada de estambres y pistillos. Se va con olor a semen y restos de besos. Huele a umbría.

Gruñe el olvido. Se relame. Se estira. Arma garras. Se arrastra. Es el fin. Sucio. Silbante. Infértil. Un ave oscura y deslumbrada nos sobrevuela. Se mira en la cara de un cielo rugiente que se derrumba.

Es tarde amor. Me agobian otras urgencias. Insistencias de cuerpo. Blanduras. Turgencias. Movimiento de muslos. De cintura. De vientre. De un vientre estremecido e insomne de luna. Se excitan los penachos de la aurora. Estoy vivo de nuevo.

A.F.

lunes, 27 de junio de 2011

Emigrantes

Llueve. Atravesando la densa neblina de la madrugada, sobre un carromato de bueyes, el muchacho y su madre salen hacia los mares. Emigran sus ojos húmedos que se niegan a abandonar las paredes de piedra. Emigran también el frío y los colores grises. Lloran las ruedas de madera medievales. Lloran los mirlos y las golondrinas. Lloran las raposas.

El muchacho piensa que la vida es un largo cadáver sin enterrar. En la memoria de la mujer bullen los sonidos de guerras recientes. Los hombres matan a otros hombres. Nadie sabe la razón profunda de la sangrienta guerra. Una guerra que no estranguló al lobo, no acabó al lobo, no mató al lobo. Fue la guerra del hombre contra el hombre. Hermanos contra hermanos. La guerra la perdió el hombre, ese doloroso animal en malaventura, ese amargo animal que no escarmienta. La mujer piensa que la guerra se llevó a los hombres. Se robó a los hombres.

Llueve. Quizás llueve con cortesía, amor y serenidad sobre el campo verde y desierto, sobre el centeno y el maíz. A lo mejor llueve a golpes y súbitos arrebatos porque también a la lluvia le han robado su aire. Sus amores. Su historia. La mujer piensa, el niño llora. Los dos lloran. Los dos llueven. Llueve como llovió toda la vida.

Ellos no recuerdan otra lluvia ni otro color ni otro silencio. Sólo saben que se van. Que el hogar de piedras centenarias va quedando enterrado atrás bajo los grises. Llueve con lentitud, con mansedumbre con monotonía. Llueve sin principio ni fin. Llueve a miedo y despedida.

A ella siempre le habían dicho que las aguas vuelven siempre a su cauce y no es verdad. Lo entiende ahora mientras oye cantar de nuevo al mirlo con un canto diferente. No es armonioso y afinado. Es un poco más triste y opaco. Parece que sale de la garganta de un pájaro fantasmal. De un pájaro enfermo del alma o de la memoria. Pudiera ser que el mirlo estuviera más viejo y desilusionado. Pudiera ser que su canto sea de duelo ante la partida de los dos.

Mientras se aleja la carreta, ellos perciben algo distinto en el aire. Es un ritual de ausencias. Recuerdan quizás a los que cruzaron mares. A los hombres que dejaron ya de respirar. Recuerdan que por esos montes rodaron cabezas y vilezas. La tierra era del mismo color del cielo, también de la misma noble o nostálgica materia. Ellos se van y la raya del monte se borra detrás de la lluvia silenciosa. El verde blando y el gris ceniciento sirven de cobijo a los dos seres tullidos por el frío. Se van. Se van…

Llueve sobre las aguas de los cinco ríos. Llueve sobre los carballos y los castaños, sobre los salgueiros y las cerdeiras. Sobre los hombres y las mujeres que salen con el arado al amanecer. Llueve sobre los tojos y los helechos y la edra solemne. Llueve sobre los vivos y los muertos. Llueve sobre los que se van. Llueve seguido y sin ninguna prisa sobre la hierba, las piedras de los caminos y los techos de pizarra.

Están frente al mar y el viejo buque. Cesó la lluvia. Ya no saben de qué escapan. ¿De la soledad? ¿De la tristeza? ¿De la muerte? Quizás escapan de esa necesidad habitual que es la muerte. De esa vieja costumbre que es la muerte. ¿O escapan de la memoria? ¿O buscan la memoria? Los emigrantes nunca lo saben en lo profundo cuando se destierran. Pero son proscritos de ellos mismos.

A.F.

lunes, 20 de junio de 2011

El valor de la rebeldía

Hablemos de rebelión. Un término al que muchos conservadores le temen. Pero le temen quizás por desconocer la carga moral que el rebelde lleva en sus espaldas. Un movimiento rebelde o un hombre rebelde, no es en primer término, egoísta. Al contrario, el rebelde lo pone todo en juego. Se rebela contra la mentira y la opresión. Y esta fuerza (la rebeldía) no surge necesariamente de un ser oprimido, sino de quien toma conciencia del modo político o social con que se oprime a los demás. La rebelión no es resentimiento, pero rechaza la humillación que se le quiera imponer a una sociedad. Desde esta perspectiva, un hombre o una mujer rebeldes deben tener la capacidad de soportar el propio dolor, si con ese gesto defienden o resguardan la dignidad de otros.

El espíritu de rebelión no es posible sino en los grupos en que una igualdad teórica encubre grandes desigualdades y se pone en ejecución, a través de seres informados que conocen y tienen conciencia de sus derechos y están dispuestos a luchar por ellos.

La rebelión no es reclamación de libertad total. Procesa la libertad total. El rebelde quiere que se reconozca que la libertad tiene sus límites, donde quiera que haya un ser humano. Y esa es la razón profunda de la intransigencia rebelde. El rebelde reclama para todos la libertad que exige para sí mismo. Toda libertad humana en su raíz más profunda es, por lo tanto, relativa. El hombre rebelde sabe que no es Dios. Quizás por eso tiene que aceptar vivir en la contradicción. No puede aspirar a no matar ni mentir sin renunciar a su rebelión, pero tampoco puede aceptar matar y mentir, puesto que el movimiento inverso que justificaría el asesinato y la violencia destruiría también las razones de su insurrección. Así que el rebelde no puede hallar descanso. Conoce el bien y el mal a su pesar y debe permanecer hundido en las tinieblas sin ceder a su vértigo oscuro

Pensadores como Nietzsche, Camus y Kant y, en general los románticos, sostienen que si la rebelión pudiese fundar una filosofía, sería una filosofía de los límites, de la ignorancia calculada y del riesgo: un consentimiento activo de lo relativo. El único pensamiento fiel a los orígenes es el pensamiento de los límites. La libertad absoluta escarnece la justicia. La justicia absoluta niega la libertad. Para ser fecundas las dos nociones deben encontrar sus límites, la una en la otra. Lo mismo vale para los conceptos de no-violencia y violencia. La violencia no puede ser sino un límite extremo que se opone a otra violencia en el caso de la insurrección. Camus esboza una traducción de esto en política. Hay dos clases de eficacia: la del tifón y la de la savia.

Las contradicciones morales empiezan a iluminarse a la luz de este valor mediador. Toda moral necesita una parte de realismo: ni completamente culpables ni completamente inocentes. La rebelión nos pone en el camino de una culpabilidad calculada. Un nuevo individualismo, que no es goce sin estar en lucha permanente. La vida humana ha estado marcada por esta lucha entre el mediodía y la noche. Pero han sido los grandes rebeldes, los que le han dado dinamismo a la existencia, para bien o para mal. ¿No fue Jesucristo un gran Rebelde? ¿Y Napoleón? ¿Y Bolívar? ¿Y Gandhi? ¿Y Marx? (¿Y Copérnico? Si no hubiese rebeldes, hombres de pensamiento y acción que cuestionaron y enfrentaron los valores y los vicios de su época, posiblemente seguiríamos viviendo en la era de las cavernas.

A.F.

miércoles, 15 de junio de 2011

Buscando identidad

Sus sandalias y su cruz venían tras la espada que tanta devastación había ya causado en el Nuevo Mundo. Venían cargados de doctrina cristiana al lugar donde la hoja del acero había fracasado. Vestidos de marrón desde la cabeza hasta los pies, cruzaron selvas, sabanas y montañas. A su lado, hombres desnudos y descalzos, de piel cobriza, largo cabello negro y ojos oblicuos, representaban el contraste total por dentro y por fuera. Los primeros preñados de religiosa devoción. Amamantados en catecismo y teología buscaban el cielo y huían del infierno. Convictos y confesos de su verdad absoluta y única, que predicaban a veces por las buenas y otras por las malas.

Los segundos, hombres montaraces, libres, cuya fe estaba en el fondo de los ríos que le proveían alimento. En el bosque lleno de frutos. En las montañas que los albergaban. En el enigma del sol y de la luna. Hombres ajenos a los dioses capuchinos y renuentes a la enfermiza manía de los curas que les querían imponer un dogma ajeno a su selvática cultura. Dos razas. Dos mundos. Dos culturas en el crisol de las hibridaciones, pugnando por mezclarse en el corazón de las selvas guayanesas.

Pinto estas escenas como si las hubiera recogido hace siglos con una cámara de cine que aún no se había inventado. Asumo que son tristes escenas. Una violación de razas y culturas. Y yo que tengo extirpe extranjera (no por voluntad propia) habría querido ser parte sufrida de los invadidos. Habría querido ser un experto con el cuchillo, el arco y la flecha y sumarme a la batalla por defender la dignidad de esa raza indígena. Habría querido ser indio, libre, dueño de selvas y ríos. Hermano imperceptible de la salvaje vegetación. Armónico con ella.

Sí, rechazo mi herencia de conquistador. Quisiera borrar de mi pasado a soldados y curas, a reminiscencias de reyes y de imperios, a violadores, ladrones e intrusos de toda extirpe. ¿Qué derecho tenían mis antepasados a invadir lo que llamaron el nuevo mundo, e imponer con la espada y la cruz, a sangre y fuego su “cultura”?

Dejo esa cámara de cine imaginaria filmando a una tribu Yanomami 6 siglos atrás. Disfruto su vida solidaria. Sus costumbres sencillas. Su conciencia de que son parte viva del planeta y lo respetan. Su vida libérrima y auténtica. Su cosmogonía y su conexión con las fuerzas telúricas. Y yo entro, seis siglos más joven, por el lado derecho de la pantalla y me mezclo con ellos para heredar su piel y su origen. Para ser simplemente un indio más en esas tierras mágicas. Al fin tengo una identidad.

A.F.

miércoles, 8 de junio de 2011

El hombre en su laberinto

“El proyecto de sociedad que ofrece a la especie humana la sociedad industrial es una utopía negativa, una cacotopía, en el sentido de no ser globalmente posible ni socialmente deseable” (José M. Naredo, España, 1942)

Aunque parece que la pobreza ha estado acompañando a los humanos en todos los períodos de la historia, es en los tiempos modernos cuando sus efectos se hacen más evidentes. La pregunta que surge entonces es: ¿Porqué hoy adquiere el dramatismo y la importancia que no tuvo en otras épocas? La magnitud puede ser una causa: de 6.000 millones de habitantes que viven en el planeta tierra, por lo menos 3.500 millones son pobres. No obstante el tamaño del drama, ni los más sensibles mandatarios se sonrojan; muchos intelectuales ni siquiera se percatan de ella; y la mayoría se considera impotente para enfrentar el mayor, más indignante y escandaloso drama de nuestro tiempo.

No cabe duda: la propaganda nos hizo ciegos e insensibles a la “estética de la miseria”. Hoy, nada nos dicen los miles de desplazados que llegan a las ciudades huyendo de las catástrofes naturales o de los conflictos sociales, los cientos de niños que famélicos, enfermos y sin esperanza mendigan un pan en los semáforos o en los buses; los mendigos que duermen bajo los puentes y recogen migajas en los restaurantes. Para muchos son cuadros indeseables que afean el espacio público y ponen en peligro nuestros bienes y nuestras vidas. Los pobres se ocultan en las frías estadísticas que manejan los estados, las instituciones y los analistas sociales.

En la nueva jerga de los medios y del marketing, los seres humanos se convierten en clientes, lo político y lo social se reducen a lo económico y esto a lo monetario. Las estadísticas reducen el medio ambiente y la sociedad a cifras asépticas, frías y sin sentido; los sentimientos, el dolor, el hambre, la enfermedad y la ignorancia desaparecen o se esconden tras los índices y las cifras.

La profecía de Víctor Hugo: “El Siglo XX será feliz”, nos dejó un sabor amargo. Y el siglo XXI aún nos produce mayores temores: la pobreza, el hambre, el desempleo, las enfermedades, la erosión de los suelos, el calentamiento global, la escasez de agua dulce, la pérdida de la diversidad, dejarán de ser una amenaza latente para convertirse en una realidad incuestionable.

Tenemos un reto enorme: develar la trama oculta, los fundamentos, sobre los cuales florece un tipo de sociedad que envilece la condición humana y destruye la base natural sobre la cual se sustenta.

Un mundo donde impere la justicia, la equidad, la armonía sólo será posible a partir de la construcción de un saber humano alternativo, que coloque en tela de juicio ese “desarrollo sostenible”, que crea, recrea y justifica prácticas sociales, relaciones de poder y desarrollo científico a favor del crecimiento económico y el capital financiero, olvidando al sujeto principal: el hombre.

A.F.

martes, 7 de junio de 2011

Late la vida

Entre el ávido pulsar de las constelaciones, entre náuseas, malentendidos, amores, injusticias y traiciones, la vida late. A pesar de los que sufren y de los que ríen, late la vida por los cuatro puntos cardinales. Hay hambre de vida en Nueva York, en Santiago, en la placidez del Caribe o en la guerra de Irak. Dure un instante o un siglo, la vida es mágica. Aún en las condiciones más oprobiosas el hombre se aferra a su aliento vital. Lucha por él. Y sólo un grupo pequeño de suicidas sueltan las amarras a voluntad para navegar hacia la muerte.

Y es que la vida es un faro claro y oscuro al mismo tiempo. Es más que el agua jubilosa en los torrentes y cascadas. Supera el oleaje y los rumores marinos. Es más que mil besos en la boca y más que todas las pasiones que se erectan en las madrugadas.

Es difícil la vida y difícil el amor, pero pueden brillar en cualquier punto de la ciudad que habitamos, o en una extraviada esquina del planeta bajo nubes y aguas azules. Bajo febriles luces imaginarias o en refugios enclavados en las calles y los barrios de los pueblos costeros o de las aldeas montañosas.

Son una pareja indivisible, el amor y la vida. No hay mucho sentido en el uno sin la otra y viceversa. Toda esa gente que sube y que baja, que entra y sale, que van y vienen, que pasan sin reír, sin hablar, está llena de voces desconocidas y de rutinas, pero esperan el milagro que encienda la chispa vital. Aún los de una vida ruin y de traiciones, esperan en el fondo del barranco que tienen por espíritu, el soplo del amor que los salve de sus propios demonios.

Hola, ¿eres Antonio? ¿Soy Sofía? ¿Eres Mariana? ¿Eres Francisco? ¿Dónde se esconde la tierna claridad de los días para el amor? ¿Dónde se esconde la vida? Digan José, Teresa, María, Luis…¿Por qué esas miradas furtivas, huidizas? No saben que aún subterráneamente, la vida late en su clandestina esperanza. En el pulso de todos. En el salitre de los océanos. Y si late la vida, es porque el amor anda cerca, rondando para enamorarla, para encenderla, para seducirla.

En esta tarde de Caracas, acodado en mi balcón, la llama de la vida se acuerda de mi cara, me roza con su brisa y su luz avileña y deflagra mis tormentas interiores anunciando que todo está por empezar. Todo está por construirse. Late mi vida. Y la tuya en mi, Ximena.

A.F.

domingo, 5 de junio de 2011

Desafiando la razón

“La gota abre la piedra no por su fuerza sino por su constancia”

Ovidio

Con frecuencia veo subir y bajar del Ávila a un hombre al que le falta una pierna. Lo hace con energía, seguridad y una orgullosa sonrisa, con la que ilumina a todos los que transitamos el camino a Sabás Nieves. Se impulsa con agilidad con su otra pierna y una muleta de madera. Al verlo, luminoso, seguro, tenaz y venciendo lo que para muchos sería una drástica limitación, no me queda más remedio que admirarlo. Sobre esa muleta se desplaza una lección de vida para todos: las limitaciones están en nuestra mente. Si rompemos ese paradigma, somos capaces de todo. Picasso, solía decir: “yo hago lo imposible porque lo posible lo hace cualquiera” y también “todo lo que puede ser imaginado es real”. Nuestra recompensa se encuentra en el esfuerzo y no en el resultado. Un esfuerzo total es una victoria completa. Y creo que esa victoria es la que obtiene este personaje mágico del Ávila, cuando sorteando piedras, subidas y bajadas, alcanza su meta. Su ejemplo es una lección de vida para quienes se rinden ante el menor obstáculo. Lo que un hombre piensa de sí mismo, es lo que determina o señala su destino.

Mientras no retemos a nuestra razón y a nuestro espíritu, sujetos casi siempre a paradigmas socialmente aprendidos, nunca sabremos de qué somos capaces. Como decía Thomas Carlyle: “Todas las empresas nobles comienzan por ser imposibles”.

Lo hermoso de estar en el camino es precisamente ir venciendo los obstáculos. Nuestra razón crea los abismos, nuestro corazón los atraviesa. Si nos acostumbramos a desafiar a nuestra mente, nuestro andar por la vida no será rutinario ni aburrido. Y la vida es el movimiento perenne y no la llegada a un punto de reposo. Para el reposo nos queda toda la eternidad.

A.F.

jueves, 2 de junio de 2011

Enterré la libido

Cuando me miro en el espejo muy temprano y veo que se me dibuja una risa burlona por un lado de la boca y mis ojos expresan un guiño un tanto diabólico, ya sé que mi comportamiento de ese día va a estar maculado por la ironía y la mordacidad (y hasta algo de guasa). Aún sabiéndolo es inevitable. Está en mi naturaleza. Así que miren como comienzo este 26 de marzo a las 5 de la mañana en alguna ciudad del mundo:

Después de muchas cavilaciones entre Caracas y Nueva York, entre Venecia y Buenos Aires, he decidido ejercer un acto de soberanía individual: me retiro de todo tipo de contacto con el sexo opuesto. Cuelgo pues mis macundales viriles en algún viejo armario o en la terraza para que se soleen. No quiero saber más nada de besos, caricias y mucho menos de otros contactos más profundos. No se alegren los gays y otras especies similares, porque tampoco voy a cruzarme en el camino de sus dominios. Ustedes sigan siendo felices a su manera, que yo se la respeto mucho. Yo simplemente me declaro en huelga permanente contra el amor y el sexo.

A partir de hoy (después de prenderle un velón al nazareno de San Pablo y oficializar mi promesa caminando dos kilómetros sobre mis rodillas), ya no intentaré seducir a las viejitas de 35 años y mucho menos a las cuarentonas. Les pasaré al lado en un vuelo rasante, sin percibirlas, sin notarlas, como si fueran ustedes hermosas estatuas que hacen más grato mi desplazamiento insolente y transgresor por las estrechas calles del planeta.

Y aunque no lo crean, lo lamento por el enorme ejército de damiselas solas, solteronas y divorciadas que añoran un varonil compañero en sus camas, en sus mesas y hasta en sus desesperaciones cuaimáticas. Sé por boca de muchas solitarias, de la escasez de hombres (con todas sus letras bien puestas) en estos tiempos. Sé que hay chicas que se han llenado de telarañas esperando a un príncipe azul y hasta amarillo, llegado el caso. Pero nada. No aparece el sujeto más o menos responsable, respetuoso, leal y buen amante con el que sueñan cada noche dentro de sus camisones de seda (o quizás metidas en algo más sexy).

Mi decisión es terrible porque quita del mercado a un varón con rasgos y cualidades dentro del promedio y esto agravará la escasez de ofertas viriles en el mercado del romance y la seducción. Lo lamento por ustedes chicas que me leen, pero la decisión es irrevocable. Debo reconocer que estoy agobiado de esos tortuosos caminos que conducen finalmente al asqueroso intercambio de fluidos íntimos. Conozco ese juego desde los 13 años y me aburrí. No doy más. No dedicaré más energía física a la procura de esos placeres carnívoros, perdón, carnales. Así que chicas del mundo no me llaméis. No me busquéis. No me esperéis. No existo para las mujeres. En lo adelante llevaré una vida contemplativa de la naturaleza, me sumergiré en las mejores páginas literarias, escucharé a los clásicos de antes y de ahora y daré algunos otros brinquitos por el mundo que no he conocido. Pero nunca más aterrizaré en cama ajena y la mía está vedada a la sensualidad, al éxtasis y a los suspiros. Como ven, enterré la libido. Descanse en paz.

Pero esta decisión radical y profunda, como toda buena regla, tiene su excepción. Que no se me atraviese Julia Roberts, porque enseguida busco mis macundales viriles, los engraso como a una vieja escopeta de cacería y salgo tras ella como un baquiano tras su presa. Es todo. Firmo y refrendo el presente documento que tiene el mismo valor que unos votos de castidad. Lo siento chicas pero sólo volveré a la acción en las ardorosas pailas del infierno. ¡Que Dios nos coja confesados!

A.F.

martes, 31 de mayo de 2011

Dulce Ramona

Ramona. Si creo que le decían así en las afueras de Barinitas. Se cuenta que el padre era un gallego que pasó por el pueblo rematando unas yeguas robadas y en sólo siete días pasó por las armas a cuanta doncella encontraba por esos caseríos. El gallego era bien plantado y no se le hacía difícil mondar pantaletas entre los maizales o entre las rocas de un riachuelo, ahí mismo en el pie de monte andino. Lo de las pantaletas es un decir porque por esos montes muchas mujeres llevan al aire su dotación íntima por aquello de los calorones. Así les entra brisa fresca del campo y ellas andas más libres y felices.

Ramona fue un buen producto de esos cruces del gallego. Tenía buenas carnes y mirada provocativa. A los quince tuvo su primer marido: un campesino palúdico que no le aguantó seis meses los arrebatos pasionales. A cada montada el pobre se iba apagando como una vela con poca cera. Pero murió feliz: “empiernao” como se dice por allá. Ramona lo enterró en el patio para no gastar. Total tierra es tierra. El difunto le dejó al menos unas vacas y un conuco. Ramona se las ingeniaba para que los pocos mozos del pueblo le trabajaran el conuco y le ordeñaran las vacas y a cambio ella les ofrecía sus huertos femeninos en un chinchorro colgado entre dos matas de mango.

Algunos hombres que iban de paso también probaron sus mieles. Claro algún regalito siempre le dejaban. Así fue armando una colección de animales que daba envidia. Tenía un perro lulú, un gato de Angora, un descomunal guacamayo de mil colores, un perico verde, una tortuga, un mono tití y dos cisnes que iban de un pequeño pozo del patio hasta el río. Siempre volvían glamorosos.

A Ramona le gustaban mucho los animales, excepto los que sirven para algo como las vacas, las gallinas y los cerdos. Tenía un alazán de 20 años. Su pequeña cultura ya le permitía decir: “los caballos son como los hombres hermosos y vacíos”.

Menos al loro, le puso nombre a todos los animales. El perro se llamaba Wilde y dormía con ella (se cree que sólo dormía). El gato, King. El guacamayo, Arrecho. El mono, Jeremías. La tortuga, Totona (por cariño). El caballo, Caruso y los dos cisnes, Rómulo y Reno.

Al gato lo capó sin pensarlo dos veces porque una noche que la carne le pidió carne se marchó y no volvió hasta la mañana siguiente, sucio, triste, herido y hediondo. Y claro, después de capado ya no volvió a escaparse. ¿Para qué? El guacamayo era azul, blanco y rojo como la bandera francesa, aunque tenía muchos otros matices. Vivía atado a una vieja percha con una cadenita que le permitía bajar, subir, trepar y descolgarse por el pie de la percha, sin demasiado entusiasmo y con gesto de resignado aburrimiento. Sólo se divertía un poco cuando a Ramona se la meneaban en la hamaca. Entonces miraba fijo con un solo ojo como si entendiera.

El mono tenía la sana costumbre de masturbarse. Pero al infeliz, cuando estaba en pleno apogeo le daban unos ataques de tos que le enfriaban el guarapo. El piripicho le quedaba colgado como un moco rojo. Qué asco decía Ramona y pasaba tapándose la nariz. Los cisnes navegaban su hastío con elegancia. Los dos eran machos y no sabían masturbarse. En casa de Ramona el único animal no señalado por la murria era el caballo que se distraía matando moscas con el rabo. Y vaya que moscas no le faltaban.

Ramona tenía el pecar saludable y gozón. Los pezones grandes y oscuros, duros y dulces. Miraba con los ojos azules del gallego y era mandona y atravesada en la cama. A sus 20 años jodía con sabiduría y despotismo. No aprendió a leer ni a escribir, pero el oficio de la hamaca lo ejercía tan bien que nunca le faltaba macho esperando turno. Ramona era una cerda caliente, siempre guardaba calor aunque bajase el frío de los páramos en la noche. Era una máquina de dar calor y gusto. Me alegro de haberla conocido fuera de la hamaca. La pobre ya debe estar viejita si vive. Debe estar cerca de los 40.

A.F.

lunes, 30 de mayo de 2011

Como una maldición

El lagarto fue una larga y arrugada nube en media muerte. Buscaba mis cáscaras, mi pobre condecoración de estrella errante, mi máscara de polvo y de montañas.

Adonde vaya. Adonde he ido. Tu boca me asesina. Donde toco territorio el acre de tu cal me está esperando. Rencor de lo árido y mediodía de las olas.

La vida violeta está en el alba. En el agua que el cuenco recogió y me mezquina.

Sufro de ti. Sufro de vaho y cordillera. Sufro de un túnel que me transcurre sin albedrío o tiempo.

Yo no tuve destino sino esfuerzo. Me asedió hasta morir el ventisquero. Y la garra fue escribiendo sus húmedos renglones en mi espalda. Hasta el agua era viril. Agua de piedra. Como si una catedral se derramara.

Sólo tengo lo que no he perdido: la volcánica furia en las raíces. Este espejo quebrado por el trueno. Todo lo que de ti se alzaba a combatirme.

Amé tu odio. La furiosa presencia de tus líquenes. Amé tu invierno extraviado. Tu buitre matemático sobre mi propia bestia.

Cien veces me narraba el caracol su suave viaje pegado al paladar. Y todavía la grieta me era necesaria como un sexo vengativo. Aún amaba el suelo sordo. El suelo áspero. El suelo que caía sobre mi ser como una maldición en pozo abierto.

A.F

miércoles, 25 de mayo de 2011

Ávila

Subí por el sendero de siempre
sin hollar la hierba menuda
en ese anochecer grisáceo de verano y chicharras

Soñador, sentí el frescor en las mejillas
y dejé que la brisa bañara mi cabeza desnuda
y mi pecho se abriera sobre las rodillas de la noche

No hablé, no pensé en nada
pero el amor infinito se me subió
al lugar donde debería estar el alma
y se quedíó allí amando cada sonido,
cada hoja, cada canto nocturnal

Ya arriba la ciudad se dibujó en mis ojos
como un sueño luminoso
y yo estaba feliz como un niño

Y la magia del momento y del entorno
me condujo hacia un fogón de ternura y vida

Un lugar donde se vierte amor ardiente
sobre la tierra gozosa, donde los pies bailan
ligeros sobre el tamboreo de ese corazón de montaña
que presumo rebosante de savia y embriones

Es allí donde los dioses cuecen el barro del mañana
y los árboles se callan para mecer el pájaro que canta
y para que el universo se renueve a cada instante
y nos tome en sus brazos amorosos para saber que existimos

¡Qué inmortal me siento desde allí!
¡Qué ganas de cantar como un ruiseñor de los bosques!
¡Qué ganas de vivir para siempre en este Olimpo!

A.F.

viernes, 20 de mayo de 2011

Moza a la carta

Apreciados dioses ya que estáis empeñados en enviarme a una doncella, me siento en el derecho de exigirles un mínimo perfil. Una chica que cumpla algunos requisitos básicos. Ensalzada sea vuestra generosidad si lográis complacerme. (Favor obviar el envío de candidatas catalogadas como feas en el reino humano, así no me haréis perder el tiempo y que me perdonen las feas, que tienen derecho a ser amadas.)

La quiero así:

  • Que no haya cruzado la raya fatídica y sin retorno de los 40 años. Esas se las dejo a mi amigo Homero que le gustan las viejitas.
  • De porte hermoso, pero no cotidiano. Un porte que al verla caminar nos haga recordar a un cisne o una garza rozando las aguas con finura y delicada elegancia.
  • Muy femenina. Toda ella proyecta una fuerza de mujer que le nace en las entrañas y lo arrasa todo a su paso. Una Diosa con cetro de pasión.
  • Es preciso que sea inesperada. Impredecible al momento de desabotonarse o de soltarse algún nudo.
  • Sus labios deben recordarme al color que nace en los primeros instantes de la aurora.
  • Su caricia debe entregarme algo más que la carne. Debe ser como el ámbar de la caída de la tarde o un melocotón maduro jugando a que se desliza por mi mano pero nunca se cae.
  • Que sea leve como un algodón de nubes, pero que tenga su dotación completa de mujer. No la quiero etérea.
  • Debe saber manejar a voluntad su voluptuosidad femenina. Blandir sus armas como una fiera que danza, posee, se aleja y regresa. Y vuelve a empezar ese ritual. Y siempre es nuevo. Fresco. Estimulante.
  • Cuando me hable es porque tiene la palabra pertinente en su boca. Pero prefiero que lo haga desde sus ojos con inocente maldad.
  • Debe ser de rasgos angulosos. Piernas largas y ofrecer la punta de su pelvis desde una cintura en movimiento perenne.
  • Que sus senos sean una expresión latina, no barroca y mucho menos gótica y que sepan iluminar mis noches y llevar mis insomnios al límite.
  • La necesito con cierto volumen equilibrado de muslos y con un vello, liso, frágil y tan suave que apenas lo perciba en la caricia a contrapelo.
  • La imagino de cuello largo, casi independiente del cuerpo. Ese es el escenario para los besos. Allí debe tener la llave para acceder a sus secretos.
  • Sus manos y pies deberían ser discretos, pero saben hablar el lenguaje de la piel si se les convoca.
  • Su piel es un territorio fresco para explorarlo con calma, pero sus repliegues y cavidades deberían ser capaces de quemar. De hacer combustión ante el primer contacto insurgente.
  • La prefiero de grandes ojos, morena y con el misterio de decir sólo lo indispensable.
  • Tendrá una infinita volubilidad de ave pero la caricia profunda la transmuta en fiera, sin perder nunca su gracia aérea.
  • Que sea capaz de embriagarme con su perfume natural, libre de cosméticos y que me cante siempre desde su fuego interior para arder juntos.
  • Como veis apreciados creadores, las exigencias no son imposibles de cumplir para ustedes, que todo lo pueden. Así que si podéis dejar a una criatura así (o mejorada) en mi puerta, yo me comprometo a volver a la monogamia y a creer en vosotros. Estáis pues en capacidad de salvar mi alma pecadora. En vuestras manos encomiendo mi espíritu. Alabados seáis si en vez de una terrestre, superáis mis expectativas dándome una Diosa.

A.F.

martes, 17 de mayo de 2011

Cita con la muerte

“No basta con pensar en la muerte,
sino que se debe tenerla siempre delante.
Entonces la vida se hace más solemne,
más importante, más fecunda y alegre”
Stefan Zweig

Eludimos pensar en la muerte. Es un temita que preferimos mantener al margen porque se trata de una realidad radical. Inevitable. La muerte es tan cierta como el nacimiento. Tiene el mismo valor algebraico pero con signo negativo. Yo no la evado. Con frecuencia dejo que mi pensamiento trace la película del final. Como decía Catón “es menos doloroso el golpe esperado”.

He imaginado incluso escenas cinematográficas en las cuales el protagonista soy yo en el trance de ese último instante. ¿Cómo sería más cómodo marcharse, para uno y para familiares y amigos? ¿Es preferible desconocer la fecha y forma del desenlace? ¿Sería conveniente poder elegir cómo decir “adiós mundo cruel”?

Una grata forma de marcharse sería que el corazón se destrozara en el paroxismo de una escena de pasión. En el punto más alto del éxtasis cruzar el puente al más allá. Para mí, que me gusta el vértigo y la velocidad, también sería bienvenida una muerte a 200 kmts/hora sobre una moto, preferiblemente una BMW, ustedes saben por aquello del status. Estallar en un avión en el aire también es una muerte muy elegante, rápida e indolora. Y mejor si no se encuentran los restos, ¿Para qué?

También me resulta muy atractiva una muerte similar a la de los personajes de Shakespeare: Antonio y Cleopatra. Claro, en vez de Cleopatra, yo convocaría a Julia Roberts como compañera de viaje. Pero me resulta fascinante el drama del hombre de acción, cuya voluntad languidece y se debilita en las espirales de una lujuria quizás indigna pero irresistible. Me atrae esa atmósfera de lujo barroco, y la alegría de colores iridiscentes y de imágenes exuberantes, que logra infundirle a esa escena mi amigo William Shakespeare. Recordemos ese final: Antonio se deja caer sobre la espada y resulta herido. En seguida es llevado al mausoleo donde se ha refugiado Cleopatra y expira en sus brazos (yo en los de Julia). Cleopatra decide truncar su vida junto a su amante con la mordedura de un áspid. Esta imagen tiene poesía, tragedia y crueldad. Así que cualquier muerte surgida de allí es trascendente. Y será recordada, a lo mejor, como se recuerdan las 7 palabras de Cristo en la Cruz.

Pero más allá de la ironía y el sarcasmo, la muerte tiene formas fáciles y otras que lo son menos, y puede tomar diversas cualidades según la imaginación de cada uno. Montaigne, afirmaba hace casi 500 años, que le parecían más suaves y blandas las muertes naturales que vienen del debilitamiento y la pesadez y veía con más desazón caer a un precipicio que ser aplastado por un derrumbe. Prefería un golpe seco de espada que un disparo de arcabuz. Y si tuviera que tomar esa decisión fatal se habría bebido el brebaje de Sócrates. Pero también se pregunta si no sería recomendable seguir el ejemplo de Petronio o Tigelino de Roma, quienes la adormecieron en “la molicie de sus aprestos. Simplemente la hicieron correr y deslizarse en medio de la indolencia de sus pasatiempos acostumbrados entre las muchachas y los buenos compañeros”, es decir, una orgía hasta morir.

Yo soy más casto, escojo irme con Julia Roberts sujeta de mi brazo, pasarle de refilón al infierno, refrescarnos en el purgatorio y luego yacer eternamente con Julia.

A.F.

miércoles, 11 de mayo de 2011

Por un instante, la vida

Hoy es un día hermoso. Hoy ríe desde mi boca el universo. Y pienso incluso que los Unicornios existen. Y por tanto existe la utopía. Y hay sueños como panes para llevar al horno. Si todos los días fuesen así, decidiría vivir un poco más. Coquetearía con las horas como si fuesen hembras en celo. Danzaría un ritual de cuchillos a punta de cintura. Esta imagen resume la vida. Mi vida. Ese celaje del acero que roza mis arterias y sigue hacia el vacío excita mi espíritu y me hace relámpago vital.

Del nacimiento a la muerte hay dos eternidades. A las dos las ahuyento con este sol mío que hoy llevo por antorcha. Hoy soy un insurgente del latido. Un soldado de la imaginación. Podría saltar de un rascacielos sin herirme. Enfrentar fusiles humeantes con la sorna del que se sabe Dios. Hacer el amor con Afrodita. Pastorear en vuelo una manada de elefantes. Acelerar mi moto en la vía láctea. Arrancarle los clavos a Cristo para quemar la cruz y su fardo milenario de sufrimientos. Quiero romper con mi sílex el alba para liberar cascadas de amaneceres y que corra libre la vida como las aguas.

Hoy guardo el látigo de la lengua y envaino la espada con la que suelo herir la página en blanco. Hoy, por un instante quizás, tuve la visión sincrónica del universo. Percibí su maquinaria exacta en su infinitud. Entendí fugazmente la armonía de la que soy parte. Y cada átomo mío, lo vi repetido en el cosmos, engranado a la vida. Me sentí una pieza infalible de la totalidad. Y todo este milagro fue posible sólo porque detuve el pensamiento un instante, y dejé que el niño que me habita, inmaculado aún, mirara por los míos con sus ojos sublimes.

A.F.

martes, 10 de mayo de 2011

Divagaciones

Atrás queda tu nombre tachado
A continuación escribo tierra donde jamás hubo nadie
Socavo la palabra hasta el fondo
Hasta desenterrar el agua
Bebo de este silencio
Para seguir adelante es preciso incendiar la memoria
Prender fuego donde dice paraíso
Para vivir de nuevo es necesario reescribirnos fuera de la página
Serpentear hacia otra parte
El vacío siempre nos tenderá la mano

A.F.

domingo, 8 de mayo de 2011

De ausencias

Me paraliza una larga pausa cuando falla el lápiz. Cuando lo escrito se quiebra. Me detienen las telarañas del techo o quizás la inquietud de qué tan delgada tendrá la cintura mi primera novia.

Un camino me recorre. Mientras dilato la voz, resuenan chasquidos de páginas secas. Hay neblina mientras no escribo, pero está dentro de mí. Intento reparar el filo amellado de las ideas. Pero mientras se cura la palabra rota sé que nieva en Galicia o que nevó o que nevará. Sé que un viento salvaje golpea tu puerta. Que el granizo en los tejados y el frío de no vernos borra con su mano la mancha roja en tu mejilla.

A.F.

miércoles, 4 de mayo de 2011

Se busca cuaima de buena presencia

Cuando digo cuaima, no pienso en esa serpiente ágil y venenosa, negra por el dorso, a la que tanto se le teme en Venezuela. Me imagino, en cambio, a una hembra perfecta en dimensiones, capaz de manejarse hábilmente en relaciones peligrosas y con el suficiente espíritu para asumir el adios, antes de que la rutina y el aburrimiento pasen su costosa factura.

Busco a una cuaima que me acompañe a mil kilómetros por hora en el vasto territorio de la imaginación. Que no se detenga a la puerta de lo desconocido. Que se adapte a mi forma animal. Que busque siempre la verdad y que le tema al discurso de las catedrales y de los políticos. Que escape presurosa de las frases hechas y de las doctrinas.

La prefiero salvaje, conocedora del secreto del vino y de los recovecos de la noche. Que tenga mucho kilometraje por esos mundos del pecado.

Tiene que ser inevitablemente morena y tener un corazón construido de locura y alegría.

Tiene que saber hablar con el mar y entenderse con las tempestades de mi piel.

Esta cuaima que pinto no es triste, pero sabe llorar como un río cuando se traiciona a la nobleza o se le rompen los sueños a los niños.

Esta cuaima tan especial, se arrima a las gentes sencillas, escoge las cosas más simples de la vida, y su risa liviana y transparente vuela con los pájaros. No soporta la soberbia de los poderosos ni la hipocresía de quienes se dan golpes de pecho.

Esta cuaima, esta mujer, es un ser extraño y escaso. Un ejemplar en extinción quizás, pero vale la pena buscarla para entregarle por un rato mis insomnios. Si llega a mi puerta, colocaré en mi mesa una botella de vino francés o italiano, le cantaré alguna canción de Serrat y dispararé fuegos artificiales. Puede que entonces ocurra una guerra animal.

Después la contemplaré desnuda hasta el amanecer, borracho de su belleza. Entonces, un rayo de sol la vestirá y el camino será de nuevo suyo. Porque una cuaima así, una hembra, una mujer de este calibre, no es para domesticarla en casa.

A.F.