jueves, 2 de junio de 2011

Enterré la libido

Cuando me miro en el espejo muy temprano y veo que se me dibuja una risa burlona por un lado de la boca y mis ojos expresan un guiño un tanto diabólico, ya sé que mi comportamiento de ese día va a estar maculado por la ironía y la mordacidad (y hasta algo de guasa). Aún sabiéndolo es inevitable. Está en mi naturaleza. Así que miren como comienzo este 26 de marzo a las 5 de la mañana en alguna ciudad del mundo:

Después de muchas cavilaciones entre Caracas y Nueva York, entre Venecia y Buenos Aires, he decidido ejercer un acto de soberanía individual: me retiro de todo tipo de contacto con el sexo opuesto. Cuelgo pues mis macundales viriles en algún viejo armario o en la terraza para que se soleen. No quiero saber más nada de besos, caricias y mucho menos de otros contactos más profundos. No se alegren los gays y otras especies similares, porque tampoco voy a cruzarme en el camino de sus dominios. Ustedes sigan siendo felices a su manera, que yo se la respeto mucho. Yo simplemente me declaro en huelga permanente contra el amor y el sexo.

A partir de hoy (después de prenderle un velón al nazareno de San Pablo y oficializar mi promesa caminando dos kilómetros sobre mis rodillas), ya no intentaré seducir a las viejitas de 35 años y mucho menos a las cuarentonas. Les pasaré al lado en un vuelo rasante, sin percibirlas, sin notarlas, como si fueran ustedes hermosas estatuas que hacen más grato mi desplazamiento insolente y transgresor por las estrechas calles del planeta.

Y aunque no lo crean, lo lamento por el enorme ejército de damiselas solas, solteronas y divorciadas que añoran un varonil compañero en sus camas, en sus mesas y hasta en sus desesperaciones cuaimáticas. Sé por boca de muchas solitarias, de la escasez de hombres (con todas sus letras bien puestas) en estos tiempos. Sé que hay chicas que se han llenado de telarañas esperando a un príncipe azul y hasta amarillo, llegado el caso. Pero nada. No aparece el sujeto más o menos responsable, respetuoso, leal y buen amante con el que sueñan cada noche dentro de sus camisones de seda (o quizás metidas en algo más sexy).

Mi decisión es terrible porque quita del mercado a un varón con rasgos y cualidades dentro del promedio y esto agravará la escasez de ofertas viriles en el mercado del romance y la seducción. Lo lamento por ustedes chicas que me leen, pero la decisión es irrevocable. Debo reconocer que estoy agobiado de esos tortuosos caminos que conducen finalmente al asqueroso intercambio de fluidos íntimos. Conozco ese juego desde los 13 años y me aburrí. No doy más. No dedicaré más energía física a la procura de esos placeres carnívoros, perdón, carnales. Así que chicas del mundo no me llaméis. No me busquéis. No me esperéis. No existo para las mujeres. En lo adelante llevaré una vida contemplativa de la naturaleza, me sumergiré en las mejores páginas literarias, escucharé a los clásicos de antes y de ahora y daré algunos otros brinquitos por el mundo que no he conocido. Pero nunca más aterrizaré en cama ajena y la mía está vedada a la sensualidad, al éxtasis y a los suspiros. Como ven, enterré la libido. Descanse en paz.

Pero esta decisión radical y profunda, como toda buena regla, tiene su excepción. Que no se me atraviese Julia Roberts, porque enseguida busco mis macundales viriles, los engraso como a una vieja escopeta de cacería y salgo tras ella como un baquiano tras su presa. Es todo. Firmo y refrendo el presente documento que tiene el mismo valor que unos votos de castidad. Lo siento chicas pero sólo volveré a la acción en las ardorosas pailas del infierno. ¡Que Dios nos coja confesados!

A.F.

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