miércoles, 8 de junio de 2011

El hombre en su laberinto

“El proyecto de sociedad que ofrece a la especie humana la sociedad industrial es una utopía negativa, una cacotopía, en el sentido de no ser globalmente posible ni socialmente deseable” (José M. Naredo, España, 1942)

Aunque parece que la pobreza ha estado acompañando a los humanos en todos los períodos de la historia, es en los tiempos modernos cuando sus efectos se hacen más evidentes. La pregunta que surge entonces es: ¿Porqué hoy adquiere el dramatismo y la importancia que no tuvo en otras épocas? La magnitud puede ser una causa: de 6.000 millones de habitantes que viven en el planeta tierra, por lo menos 3.500 millones son pobres. No obstante el tamaño del drama, ni los más sensibles mandatarios se sonrojan; muchos intelectuales ni siquiera se percatan de ella; y la mayoría se considera impotente para enfrentar el mayor, más indignante y escandaloso drama de nuestro tiempo.

No cabe duda: la propaganda nos hizo ciegos e insensibles a la “estética de la miseria”. Hoy, nada nos dicen los miles de desplazados que llegan a las ciudades huyendo de las catástrofes naturales o de los conflictos sociales, los cientos de niños que famélicos, enfermos y sin esperanza mendigan un pan en los semáforos o en los buses; los mendigos que duermen bajo los puentes y recogen migajas en los restaurantes. Para muchos son cuadros indeseables que afean el espacio público y ponen en peligro nuestros bienes y nuestras vidas. Los pobres se ocultan en las frías estadísticas que manejan los estados, las instituciones y los analistas sociales.

En la nueva jerga de los medios y del marketing, los seres humanos se convierten en clientes, lo político y lo social se reducen a lo económico y esto a lo monetario. Las estadísticas reducen el medio ambiente y la sociedad a cifras asépticas, frías y sin sentido; los sentimientos, el dolor, el hambre, la enfermedad y la ignorancia desaparecen o se esconden tras los índices y las cifras.

La profecía de Víctor Hugo: “El Siglo XX será feliz”, nos dejó un sabor amargo. Y el siglo XXI aún nos produce mayores temores: la pobreza, el hambre, el desempleo, las enfermedades, la erosión de los suelos, el calentamiento global, la escasez de agua dulce, la pérdida de la diversidad, dejarán de ser una amenaza latente para convertirse en una realidad incuestionable.

Tenemos un reto enorme: develar la trama oculta, los fundamentos, sobre los cuales florece un tipo de sociedad que envilece la condición humana y destruye la base natural sobre la cual se sustenta.

Un mundo donde impere la justicia, la equidad, la armonía sólo será posible a partir de la construcción de un saber humano alternativo, que coloque en tela de juicio ese “desarrollo sostenible”, que crea, recrea y justifica prácticas sociales, relaciones de poder y desarrollo científico a favor del crecimiento económico y el capital financiero, olvidando al sujeto principal: el hombre.

A.F.

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