miércoles, 31 de agosto de 2011

Mi amigo el Pepe

Hablaba mucho el Pepe. Y cuando hablaba escupía a la gente. No es que quisiera. No. Es que algo no le funcionaba bien al Pepe. Nació así, un poco raro. Tardó años en aprender a caminar y más años en aprender a hablar. Pero cuando pudo ya no dejó de hacer una cosa ni la otra. A lo mejor caminaba siempre por los mismos sitios. Yo no me acuerdo mucho, pero seguro que todos los días repetía las mismas vainas.

La india Caribe de su madre lo botó cuando en su poco entender vio clarito que el carajito no iba a servirle para mucho y ella fue a dedicarse a lo suyo. A enzarzarse con cuanto borracho salía del botiquín María Félix de Upata, pa´que le dieran ron y acordeón. De eso sabía ella bastante y así amarraba las noches con los días entre tragos y meneos. Se dice que fue más poseída que el espanto de “la llorona”, con el que asustaban a los niños para que se metiesen temprano bajo las cobijas. Claro, poseída, pero no por los espíritus.

Una tía de el Pepe recogió aquel pedazo de carne espatillao y lo lanzó en el patio del rancho. Allí creció el Pepe, junto a un cerdo que le comió un pedazo de oreja, un burro, dos gallinas ponedoras y una anciana perra llena de gusanos. De tanto oír cantar a las gallinas el Pepe gritó sus primeros cacareos a los 5 años. Cualquier forastero al pasar diría que en ese patio había tres ponedoras. Pero no, la tercera era el Pepe.

Cuando logró caminar tendría unos 8 años. Era rechoncho pero fuerte. Así que la tía le inventó trabajo. Le mandó hacer una carretilla de tablas para que le llevase o trajese cosas a los vecinos a cambio de una locha o dos caramelos. Dos años después ya era el esclavo ideal. El Pepe lleva y trae el burro a comer. El Pepe trae el agua para la casa. El Pepe ordeña la vaca del vecino. El Pepe desgrana el maíz o palea el frijol. El Pepe se para a los de la madrugada y se acuesta a la medianoche. Pero él, contento. Siempre se ríe. Nunca se cansa y habla y escupe sin cesar. Nosotros le echábamos vaina, pero lejitos de su escupitajo.

Cuando cumplió 16, nos dijo que ya era hombre porque le habían salido unos pelos negros por allá abajo. Muy orgulloso estaba. Tanto que escupía más que de costumbre. El tonto de el Pepe no era tan tonto. Le gustaba Marita, la hija de la Pachola. Cada vez que podía se escapaba a verla desnudita bajo la luna tendiendo ropa en el patio de su casa y se quedaba agachado detrás de una mata de mango, mirando aquellos privilegiados pechos de Marita, blancos y generosos. Seguramente más sabrosos que una guayaba “jecha”.

Como él nos enseñó ese mirador, nosotros lo llevamos a los nuestros. El primero era una gran mata de mango frente a la casa de Doña Concha, quien viuda desde hacía varios años, gustaba andar desvestida por su casa y por el patio y si notaba que la veíamos más adrede nos enseñaba sus protuberancias. Gozábamos verla, sobre todo, cuando entraba a un cuarto que tenía dos grandes espejos. Allí le veíamos cuatro piernas, seis senos y quien sabe cuántas otras obscenidades reflejadas. Era un festín para los ojos. Lo malo es que al Pepe en estas ocasiones la saliva le salía a borbotones y eso nos enfriaba un poco el guarapo.

También espiábamos la casa de los Guanipe, los más acomodados de Upata. Les habían traído una muchacha para las labores de la casa, desde Santa Helena de Uairén. Era una mulata de muy buen ver pero rara. Nunca pudieron obligarla a ponerse las alpargatas. Andaba siempre descalza. Al anochecer solía salir al gran patio de la casa, se quitaba la batica de trabajar y se refrescaba a sus anchas. Después arrancaba cundiamor y se lo echaba por encima con hojas flores y frutos. Así se tapaba algo de nosotros que la atisbábamos desde una rendija en la cerca de bloque. Yo creo que ella sabía que estábamos allí y hacía ese ritual para nosotros. Ritual que concluía mordiendo con fuerza un mango verde y lamiéndose luego los labios con provocación.

En esas tropelías adolescentes le fuimos cogiendo cariño al Pepe y nos acostumbramos a andar ensalivados. Un día llegó la desgracia. El Pepe se agachó a recoger unas flores que se le cayeron de la carretilla y la coz de un caballo le partió la frente.

Después sí que lo extrañamos. El Pepe era bueno y dulce como una catalina. Ni siquiera ir a verles las tetas a Marita, Doña Concha o la Mulata lograba alegrarnos un poquito el alma. Sin el Pepe. Sin el inocente Pepe nada era lo mismo.

A.F.

martes, 30 de agosto de 2011

Matanzas

La vida pasa de largo
en estos territorios
de mapanares, iguanas y caimanes
de guacamayas y pericos


Matanzas se yergue
sobre sueños naufragados
¿Son ofrendas
o maldiciones
su bosque de chimeneas
ardiéndole a la luna?


Entre ríos blancos y marrones y azules
los amores se secan
por esos espacios derramados
por el fuego
donde el chirriar de los metales
afina un cantar de chicharras
inasibles
bajo soles calcinantes.
En estas selvas
con música de culebra
sabanas teñidas de rojo y rojo
preludian
el tránsito breve hacia otra muerte

Llamarada
donde se queman alas
transparentes
donde se cuecen
las profecías
del final
Acero y sangre
tierra y hueso y árbol podrido
chimeneas que apuntan a Dios
que condenan a Dios
en una penúltima
señal.
Habrá otras
pero aquí
abundan las muertes achicharradas.

En los hornos
Donde se gestan futuras catedrales
y puentes
y rascacielos
hombres de uniforme azul
se entregan a rituales
de fundición.
Son sombras alucinadas
bajo cascadas de hierro fundido
de carne fundida
de sueños fundidos

Nada importa
la industria debe prevalecer
24 horas al día.

Los hombres pasamos
chamuscándonos de costado.

A.F.

lunes, 29 de agosto de 2011

Espejos

Tienen los espejos una crueldad y un gozo literarios, una túnica blanca y un horror antiguo al vacío, un fácil paralelismo con la creación primera, unos renglones bíblicos que nos devuelven a los jardines donde fuimos el primer hombre y la primera mujer, un acento que se prodiga en las profecías y también en la ciencia, un instante de temblor y acogida, una multiplicación rápida y un eco hambriento, una semejanza ambigua que nos convierte en otros, y así nos reconcilia con nosotros mismos.

Hay en el azogue generoso de los espejos una metáfora de la otredad y más de un enredo narcisista, una mezcla de realidad y deseo circundantes, de tormenta y calma aparentes, de superficie firme, brillante, que sin embargo se curva y se desgarra, se hace añicos, se crispa, y nos revela un trasfondo inagotable, un universo en otro. Un cruce de formas contenidas que los pensamientos desbordan, un juicio solemne y un debate en ebullición, un juez mudo, ausente, una balanza inservible, y un coro enloquecido de testigos que deambulan por las aristas persiguiendo una única verdad que no existe. Hay también una lágrima mutilada, una sonrisa recién nacida, un apocalipsis revelador, y un crisol áureo por el que acabamos dando la vida.

Pero la mancha indeleble del aliento que acompaña nuestras palabras no desaparece jamás de los espejos.

A.F.

miércoles, 24 de agosto de 2011

Llegó el final

Echa una última mirada mujer a esas paredes donde colgamos los retratos y los cuadros de ayer. Dale una última mirada a las tazas del café, a las copas de vino que se salvaron de naufragar en el lavaplatos. Mira por última vez desde el resquicio del balcón, el pedazo de montaña verde que solíamos conquistar con ínfulas de campeones cada fin de semana.

Palpa el lecho común que sostuvo nuestros cuerpos, nuestras danzas rituales de amor, tus tristezas bajo la almohada, mi frecuente indiferencia mirando al techo. Recorre el torso de aquella estatuilla danzante de metal que compramos a aquel viejo y hermoso artesano de la Gran Sabana.

Revisa tus libros y escoge los que quieras para el camino. Deja los míos así, desordenados en anarquía como mi alma. O llévatelos todos menos los de Borges, Goethe, Emerson, Vallejo y Rimbaud. Ah, déjame por favor El Lobo Estepario, porque ese personaje de Hesse, parece haberlo calcado de mi propia vida. Qué bien me retrata. Qué bien sondea en las complejidades de mi subconsciente. Qué precisión para describir mis errancias por calles e ideas oscuras. Por amores tortuosos. Por vicios y pecados de la noche. Qué locuaz con mis temores y contradicciones. En fin, déjame ese libro porque cada vez que lo tomo, toda mi parte animal se refleja en sus páginas magistralmente y sólo leyéndolo sé quién soy.

Llévate la música y las canciones que cantamos juntos. Hoy sólo quiero escuchar el Segundo Movimiento del Concierto de Aranjuez y quizás el Adagio de Albinone. No es la primera vez que me ocurre. Cada vez que se me rompe el amor me refugio en esos dos discos, que aunque me conmueven hasta el paroxismo no logran humedecer mis ojos, duro como me he vuelto mujer. O dura como es esta máscara que llevo puesta por necesidad.

No te despidas ni me des un último beso, de esos que rompen venas y entrañas. Vete sigilosa. Vete dulce, envuelta en tu ternura de otros tiempos. Envuelta en ella, serás invencible frente a las puertas franqueadas del nuevo desierto al que entrarás.

Busca en ti misma las voces y las palabras de amor que yo ya no te doy. Toma al Universo por el cuello y estremécelo antes de que tus pies den los primeros pasos lagrimeando lluvia sobre el cemento. Que no te asusten los oblicuos fantasmas que se proyectan en los muros. Sé que en estos momentos finales, toda la oscuridad del mundo ocupa los espacios de tu mente. Pero mañana, con la fogosidad del nuevo día, se abrirán caminos efervescentes y verdes, pletóricos de retos y seguramente de nuevos amores que te curen las viejas heridas que ahora te causo.

Yo no soy apto para amar largamente. Amo así de repente, y de repente me vacío de amor por completo. Debo tener un defecto de fabricación. Voy por la vida destruyendo ilusiones, liberando a mis prisioneras con displicencia. Arrastro mis cadenas a ratos solo y a ratos acompañado. Si pudiese verlo, sé que voy dejando tras de mí un rastro brillante y resbaloso como el de un caracol venido de otros mundos. No sé amarte como tú necesitas, pero nunca te mentí. Cada palabra y cada beso fueron reales como real es hoy esta despedida vacía, yerma. Triste. Cruda.

A.F.

lunes, 22 de agosto de 2011

Las lenguas también mueren

Las lenguas son expresiones culturales de los pueblos y como tales nacen, se desarrollan y mueren. Hace algunos años, al morir la anciana Yang Huanyi a sus más de noventa años de edad, se llevó con ella el único idioma en el mundo hablado sólo por mujeres.

Era la última conocedora del nushu, un idioma del sur de China que durante al menos 400 años sirvió como lenguaje para las mujeres que querían compartir sus secretos con sus hermanas y amigas, a salvo de los oídos indiscretos de los hombres. La anciana aprendió el idioma antes de casarse, pero sus hijas y nietas no lo quisieron aprender.

Como el nushu, se calcula que por lo menos 6.000 idiomas en el mundo están bajo el riesgo de extinción.

Si entendemos, y sentimos, una lengua, o un idioma, como vehículo de expresión e interrelación de una cultura común, como una expresión viva del individuo y de un pueblo, no podemos hacer otra cosa que lamentarnos ante los datos que arrojan algunas investigaciones.

Aproximadamente el 80% de la población mundial habla 83 grandes idiomas, mientras que existen 300.000 lenguas que sólo las utiliza el 0,2%. Más de la mitad de los idiomas hablados en el mundo no están documentadas por escrito, motivo por el cual un idioma se extingue cada dos semanas, al desaparecer su último hablante.

Los idiomas sudamericanos que corren mayor peligro son el vilela, que sólo lo hablan dos personas en Argentina, y el ofayé, que tiene unos 20 hablantes en Brasil. Otras lenguas que podrían desaparecer pronto son el guató (50 hablantes), el krenak (80), el kabixi (100), el xokleng (250) y el maxakalí (750). Curiosamente, Bolivia tiene el doble de diversidad lingüística que toda Europa, ya que cuenta con 37 lenguas y ocho familias lingüísticas, que son las mismas que hay en todo el continente europeo.

Otras zonas susceptibles de perder esa riqueza cultural en este siglo que comienza son Siberia Oriental, el norte de Australia, el sureste de Estados Unidos y, también en ese país, la meseta noroeste del Pacífico.

Pero también se dan casos positivos. Tras siglos de marginación, el tamazight (o cabileño), la lengua del pueblo bereber, o el kurdo empieza a ser reconocido y respetado por los estados de Argelia y Turquía, respectivamente. O el náhuatl, lengua franca de los aztecas antes de la conquista castellana, sigue vivo después de más de 500 años (en realidad nunca murió, gracias a palabras tan comunes como chocolate, chile, coyote, cacahuete...) y es oficial en la enseñanza primaria.

Una curiosidad: Bi Kidude, probablemente la cantante activa más vieja del mundo es una leyenda viva en su isla natal de Zanzibar (Tanzania, Africa). Un documental que cuenta su vida, muestra con una banda sonora que reúne 100 años de música Suahili, los contrastes dramáticos de la vida de un ícono de la música. Y de la lengua. El título es muy alegórico: "As old as my tongue". Les invito a navegar esa página y a cuidar su lengua.

A.F.

martes, 9 de agosto de 2011

Lluvia

a mis hijas Laura y Diana

Pequeña lluvia que pinchas mis ventanas
Lluvia constante, breve, precisa, leve
¿Cómo te llamas amado cuerpo de agua, lluvia del génesis?
Lluvia de todos los diluvios, lágrima del apocalipsis
¿De dónde vienes con tu humanidad milenaria de mujer?
¿Me buscas o soy sólo un habitante de tu soledad?
¿A qué nombre volteas tu cabellera infinita qué moja las estrellas?
Te digo Laura y no te inmutas
Murmuro Diana y sigues como sorda en tu canto brumoso
Lluvia vagabunda, rebelde, irreverente, transgresora como yo
Lluvia que me mojas por el lado de los huesos y los nervios
Lluvia que te canto y te lloro en el mismo cantar
¿Laura, Diana?
Entra, te abro las ventanas, moja mis libros, mis paredes
Invádeme la casa, lluvia, amiga dulce y doliente lluvia
Acompáñame a labrar, a tallar palabras para siempre
Nombremos juntos las cosas que no existen para que vivan
Ven, minuciosa, exhaustiva
Palpa la máscara lívida de este rostro que se tutea con cuchillos
Enterremos tristezas y alegrías como huesos de difuntos
Cóseme la memoria a tu bruma para no pensar
Tráeme el concierto de tu banda de grillos
Prepárame el pan de fuego que me levantará al nuevo día
Laura, Diana
Lluévanme serenas y hermosas, femeninas y blandas
Que el tiempo no amaina en esta desnudez de horizontes

A.F.

jueves, 4 de agosto de 2011

La muerte, esa totalidad

Los vivos a veces nos desconectamos, nos distanciamos, nos apagamos. Sin morir estamos congelados en el tiempo. Puede ser por un segundo o por años. Los vivos no sabemos vivir. A veces respiramos, pero estamos muertos. No hay vibración en nuestros instrumentos de vida. Se han callado nuestras emociones, se han cerrado nuestros sentimientos y la memoria yace en una sima preñada de telarañas. Hasta los ritos que hemos aprendido por generaciones quedan en la página del olvido. Los vivos solemos ser un bulto de carne a la deriva, sin dirección, fuerza ni velocidad. Sin sentido, por tanto.

La muerte en cambio, siempre está trabajando. Siempre está viva. Está en todas partes, ágil, solícita, ordenando sus pompas, encendiendo sus cirios. Tramando siempre su mejor obra. La muerte cosecha olorosas flores en la noche. Su noche. Ella alimenta bien a sus nardos y jazmines de pesados pétalos, a sus lirios silvestres, a sus cerosas magnolias.

La vida sólo sabe decir Padre nuestro que estás en los cielos, danos tu reino, la muerte en cambio llega silenciosa, amarga, segura de sí y asesta el golpe certero. Nunca falla. La vida se oculta cobardemente entre imágenes de santos y vírgenes por las esquinas, entre rosarios colgados de ménsulas o clavos envejecidos. La muerte luce sus estertores entre los espejos y las lámparas que le roba a la cobarde vida. La muerte domina las profundidades de la videncia y de la profecía.

La vida es una garganta rajada por sollozos que habla de desgracias, del fin del mundo, del juicio final. La muerte arrastra oscuras remembranzas de ritos funerarios desde el inicio de los tiempos. La vida quema sus frágiles alas de mariposa en los albores de un día cualquiera. La vida es una suma de torpezas.

La muerte no olvida sus voces, su lenguaje. La muerte es ese horror último que pone fin a la soledad del hombre en tan incierto camino. Es dueña de todos los salvoconductos de la otra orilla y es dueña del hombre desde sus primeros ritos. Es ama absoluta del nunca jamás.

La vida pasa fugaz sin estructurar su permanencia. Se sabe inútil. Breve. Esclava. La muerte tiene su organización de grandes negocios fríos, de bronces, coronas pompas y oraciones. La muerte es dueña del gremio de preparadores enlutados y solemnidades de cumplido. Es vasta. Total. Infinita. La vida es sólo este relámpago incierto en un día de tormenta.

Digo con Rimbaud: “Yo salgo, si un rayo me hiere, sucumbiré sobre el musgo”.

A.F.

miércoles, 3 de agosto de 2011

La anciana que te habita

Muchacha, en esta tarde gris, te observo y veo que te habita una anciana. Sí, el tiempo se abate sobre ti y tú a tus 25 años aún no ves la madurez que te atropella. El tren de arrugas que avanza avasallante. Ya veo el color amarillento de tu dentadura. La piel seca y desvencijada. Veo hoy todo ese horror y me espanto de la brevedad que somos y que eres.

Pasarán por tu vida como asaltos, rostros taciturnos, gritos, ídolos falsos, objetos perdidos en la calle, viajes, hurtos, altas soledades. Aún te quedan las horas de la desesperación y la melancolía. Las horas de los amores y rechazos. Y mientras, a pasos agigantados, la vieja engorda, se desarrolla, se afea en tus adentros sin que la veas. Agazapada en tus entrañas espera el instante de mostrarse y borrar de un zarpazo tus sueños y tu lozanía.

Ya veo el momento en que se clausura tu zona de deseo. Se seca y se hace inerte tu feminidad. Es triste sí, pero ahí viene el tiempo a visitarte en la curva de una calle o en el rincón oscuro de un cine. Entonces, casi de repente se te escurren los recuerdos por el cuello. Se enroscan en tu sueño. Te persiguen en busca de pupilas que los reflejen y las tuyas ya están apagadas. Y llega ese momento en que no sabes si la vida es o fue.

Un pedazo de ti rompe la niebla. Otros pedazos se disuelven en la geografía. Tu espíritu se oscurece sólo unos años más allá. Entras a tu propio crepúsculo. Ya no hay luz, ni lujuria, ni alegría en tu pecho despojado. Con la velocidad de un relámpago perdiste el furor de tus veinte años.

Muchacha, la anciana que hay en ti penetra en el lecho, dócil. Se acomoda con cierto esfuerzo. Hay un rastro de dolor en su rictus y un instante después, con los labios salados, se apaga como un fogón sin leña. Así que ahora, que aún eres certeza, abre la noche de tu vida y ama sin cuenta y sin restricciones. Palpita. Asume dolores y alegrías y fúndete en ellas mientras los años caen como rocas enormes sobre ti.

A.F.

lunes, 1 de agosto de 2011

Extraviado

Aullante el rostro
Enjuto el cuerpo como un tallo
Ojo de desterrado lleno de tierras y raíces ajenas
Trazo extraviado soy
Voy cayendo hacia la condición de bestia
Muerdo un sabor de metal entre los dientes
¿O de sangre?
Olfateo la tierra cubierta de cascajos
Avanzo innominado y solo trepando por mis años
Tocado por la muerte
Tengo la sombra exacta
Inmóvil de osamentas y mandíbulas
Camino como el hambre entre dos fieras
Habitante eterno de la sed
La busco
Una mujer de espera y de paciencia
Mujer de luna en luna construyendo la vida
Mujer parca con manos de yerba y agua dulce
Mujer que baila por los caminos
Y su cuerpo es aire y luz y risa
Y su piel el territorio donde vuelvo a ser hombre

A.F.