jueves, 4 de agosto de 2011

La muerte, esa totalidad

Los vivos a veces nos desconectamos, nos distanciamos, nos apagamos. Sin morir estamos congelados en el tiempo. Puede ser por un segundo o por años. Los vivos no sabemos vivir. A veces respiramos, pero estamos muertos. No hay vibración en nuestros instrumentos de vida. Se han callado nuestras emociones, se han cerrado nuestros sentimientos y la memoria yace en una sima preñada de telarañas. Hasta los ritos que hemos aprendido por generaciones quedan en la página del olvido. Los vivos solemos ser un bulto de carne a la deriva, sin dirección, fuerza ni velocidad. Sin sentido, por tanto.

La muerte en cambio, siempre está trabajando. Siempre está viva. Está en todas partes, ágil, solícita, ordenando sus pompas, encendiendo sus cirios. Tramando siempre su mejor obra. La muerte cosecha olorosas flores en la noche. Su noche. Ella alimenta bien a sus nardos y jazmines de pesados pétalos, a sus lirios silvestres, a sus cerosas magnolias.

La vida sólo sabe decir Padre nuestro que estás en los cielos, danos tu reino, la muerte en cambio llega silenciosa, amarga, segura de sí y asesta el golpe certero. Nunca falla. La vida se oculta cobardemente entre imágenes de santos y vírgenes por las esquinas, entre rosarios colgados de ménsulas o clavos envejecidos. La muerte luce sus estertores entre los espejos y las lámparas que le roba a la cobarde vida. La muerte domina las profundidades de la videncia y de la profecía.

La vida es una garganta rajada por sollozos que habla de desgracias, del fin del mundo, del juicio final. La muerte arrastra oscuras remembranzas de ritos funerarios desde el inicio de los tiempos. La vida quema sus frágiles alas de mariposa en los albores de un día cualquiera. La vida es una suma de torpezas.

La muerte no olvida sus voces, su lenguaje. La muerte es ese horror último que pone fin a la soledad del hombre en tan incierto camino. Es dueña de todos los salvoconductos de la otra orilla y es dueña del hombre desde sus primeros ritos. Es ama absoluta del nunca jamás.

La vida pasa fugaz sin estructurar su permanencia. Se sabe inútil. Breve. Esclava. La muerte tiene su organización de grandes negocios fríos, de bronces, coronas pompas y oraciones. La muerte es dueña del gremio de preparadores enlutados y solemnidades de cumplido. Es vasta. Total. Infinita. La vida es sólo este relámpago incierto en un día de tormenta.

Digo con Rimbaud: “Yo salgo, si un rayo me hiere, sucumbiré sobre el musgo”.

A.F.

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