martes, 7 de junio de 2011

Late la vida

Entre el ávido pulsar de las constelaciones, entre náuseas, malentendidos, amores, injusticias y traiciones, la vida late. A pesar de los que sufren y de los que ríen, late la vida por los cuatro puntos cardinales. Hay hambre de vida en Nueva York, en Santiago, en la placidez del Caribe o en la guerra de Irak. Dure un instante o un siglo, la vida es mágica. Aún en las condiciones más oprobiosas el hombre se aferra a su aliento vital. Lucha por él. Y sólo un grupo pequeño de suicidas sueltan las amarras a voluntad para navegar hacia la muerte.

Y es que la vida es un faro claro y oscuro al mismo tiempo. Es más que el agua jubilosa en los torrentes y cascadas. Supera el oleaje y los rumores marinos. Es más que mil besos en la boca y más que todas las pasiones que se erectan en las madrugadas.

Es difícil la vida y difícil el amor, pero pueden brillar en cualquier punto de la ciudad que habitamos, o en una extraviada esquina del planeta bajo nubes y aguas azules. Bajo febriles luces imaginarias o en refugios enclavados en las calles y los barrios de los pueblos costeros o de las aldeas montañosas.

Son una pareja indivisible, el amor y la vida. No hay mucho sentido en el uno sin la otra y viceversa. Toda esa gente que sube y que baja, que entra y sale, que van y vienen, que pasan sin reír, sin hablar, está llena de voces desconocidas y de rutinas, pero esperan el milagro que encienda la chispa vital. Aún los de una vida ruin y de traiciones, esperan en el fondo del barranco que tienen por espíritu, el soplo del amor que los salve de sus propios demonios.

Hola, ¿eres Antonio? ¿Soy Sofía? ¿Eres Mariana? ¿Eres Francisco? ¿Dónde se esconde la tierna claridad de los días para el amor? ¿Dónde se esconde la vida? Digan José, Teresa, María, Luis…¿Por qué esas miradas furtivas, huidizas? No saben que aún subterráneamente, la vida late en su clandestina esperanza. En el pulso de todos. En el salitre de los océanos. Y si late la vida, es porque el amor anda cerca, rondando para enamorarla, para encenderla, para seducirla.

En esta tarde de Caracas, acodado en mi balcón, la llama de la vida se acuerda de mi cara, me roza con su brisa y su luz avileña y deflagra mis tormentas interiores anunciando que todo está por empezar. Todo está por construirse. Late mi vida. Y la tuya en mi, Ximena.

A.F.

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