lunes, 20 de junio de 2011

El valor de la rebeldía

Hablemos de rebelión. Un término al que muchos conservadores le temen. Pero le temen quizás por desconocer la carga moral que el rebelde lleva en sus espaldas. Un movimiento rebelde o un hombre rebelde, no es en primer término, egoísta. Al contrario, el rebelde lo pone todo en juego. Se rebela contra la mentira y la opresión. Y esta fuerza (la rebeldía) no surge necesariamente de un ser oprimido, sino de quien toma conciencia del modo político o social con que se oprime a los demás. La rebelión no es resentimiento, pero rechaza la humillación que se le quiera imponer a una sociedad. Desde esta perspectiva, un hombre o una mujer rebeldes deben tener la capacidad de soportar el propio dolor, si con ese gesto defienden o resguardan la dignidad de otros.

El espíritu de rebelión no es posible sino en los grupos en que una igualdad teórica encubre grandes desigualdades y se pone en ejecución, a través de seres informados que conocen y tienen conciencia de sus derechos y están dispuestos a luchar por ellos.

La rebelión no es reclamación de libertad total. Procesa la libertad total. El rebelde quiere que se reconozca que la libertad tiene sus límites, donde quiera que haya un ser humano. Y esa es la razón profunda de la intransigencia rebelde. El rebelde reclama para todos la libertad que exige para sí mismo. Toda libertad humana en su raíz más profunda es, por lo tanto, relativa. El hombre rebelde sabe que no es Dios. Quizás por eso tiene que aceptar vivir en la contradicción. No puede aspirar a no matar ni mentir sin renunciar a su rebelión, pero tampoco puede aceptar matar y mentir, puesto que el movimiento inverso que justificaría el asesinato y la violencia destruiría también las razones de su insurrección. Así que el rebelde no puede hallar descanso. Conoce el bien y el mal a su pesar y debe permanecer hundido en las tinieblas sin ceder a su vértigo oscuro

Pensadores como Nietzsche, Camus y Kant y, en general los románticos, sostienen que si la rebelión pudiese fundar una filosofía, sería una filosofía de los límites, de la ignorancia calculada y del riesgo: un consentimiento activo de lo relativo. El único pensamiento fiel a los orígenes es el pensamiento de los límites. La libertad absoluta escarnece la justicia. La justicia absoluta niega la libertad. Para ser fecundas las dos nociones deben encontrar sus límites, la una en la otra. Lo mismo vale para los conceptos de no-violencia y violencia. La violencia no puede ser sino un límite extremo que se opone a otra violencia en el caso de la insurrección. Camus esboza una traducción de esto en política. Hay dos clases de eficacia: la del tifón y la de la savia.

Las contradicciones morales empiezan a iluminarse a la luz de este valor mediador. Toda moral necesita una parte de realismo: ni completamente culpables ni completamente inocentes. La rebelión nos pone en el camino de una culpabilidad calculada. Un nuevo individualismo, que no es goce sin estar en lucha permanente. La vida humana ha estado marcada por esta lucha entre el mediodía y la noche. Pero han sido los grandes rebeldes, los que le han dado dinamismo a la existencia, para bien o para mal. ¿No fue Jesucristo un gran Rebelde? ¿Y Napoleón? ¿Y Bolívar? ¿Y Gandhi? ¿Y Marx? (¿Y Copérnico? Si no hubiese rebeldes, hombres de pensamiento y acción que cuestionaron y enfrentaron los valores y los vicios de su época, posiblemente seguiríamos viviendo en la era de las cavernas.

A.F.

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