lunes, 30 de mayo de 2011

Como una maldición

El lagarto fue una larga y arrugada nube en media muerte. Buscaba mis cáscaras, mi pobre condecoración de estrella errante, mi máscara de polvo y de montañas.

Adonde vaya. Adonde he ido. Tu boca me asesina. Donde toco territorio el acre de tu cal me está esperando. Rencor de lo árido y mediodía de las olas.

La vida violeta está en el alba. En el agua que el cuenco recogió y me mezquina.

Sufro de ti. Sufro de vaho y cordillera. Sufro de un túnel que me transcurre sin albedrío o tiempo.

Yo no tuve destino sino esfuerzo. Me asedió hasta morir el ventisquero. Y la garra fue escribiendo sus húmedos renglones en mi espalda. Hasta el agua era viril. Agua de piedra. Como si una catedral se derramara.

Sólo tengo lo que no he perdido: la volcánica furia en las raíces. Este espejo quebrado por el trueno. Todo lo que de ti se alzaba a combatirme.

Amé tu odio. La furiosa presencia de tus líquenes. Amé tu invierno extraviado. Tu buitre matemático sobre mi propia bestia.

Cien veces me narraba el caracol su suave viaje pegado al paladar. Y todavía la grieta me era necesaria como un sexo vengativo. Aún amaba el suelo sordo. El suelo áspero. El suelo que caía sobre mi ser como una maldición en pozo abierto.

A.F

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