lunes, 2 de mayo de 2011

Días de negro

Hay días que estoy más vivo que otros. Días en que tengo la tristeza a mis anchas. Días en que trajino más latidos por minuto y lloro por los ojos y lloro por el pecho. Y me cambio las camisas mojadas porque el llanto es largo y me corre hasta por la espalda. Son días para andar descalzo sobre la tierra o para esconderse debajo de ella. Tal parece que en días así todo el duelo del mundo gravita sobre mí. Es como si una ecuación de tristezas infinitas se metiese en mi bolsillo. Y yo sin respuestas. Yo sin saber sumar alegrías. Todo se me vuelve silencios en días así, oscuros como cementerios, dolorosos como entrañas heridas.

En días así echo a volar algunos versos con la displicencia de garabatos sin sentido, con el desdén de un gesto sin destino. Una retahíla quizás de palabras desordenadas que no encuentran lugar ni en la página en blanco ni en el remanso ni en el torrente. Días en que las palabras podrían alzarse como puñales alargados, vivos, que buscan la mano atrevida para asestar el golpe final. Pero es sólo un intento en el vacío y con la rapidez que se alzaron, violentas se desvanecen inútiles contra las piedras, que también lloran.

Algo en el aire me envenena de irrecuperables memorias. No soy ni estoy. Voy en dirección a la muerte y nada sé de mí ni de los otros. Pero el mismo filo metálico nos aguarda certero al final de nuestras pequeñas historias. Ínfimos dramas que tienen piel propia sólo para verter la sangre que por un instante les insufló de vida. Rostros antiguos somos. Sonrisas que medran desde el silencio y se hacen muecas antes de iluminar la alegría.

En días así me meto en la noche desde el amanecer y corto los hilos en que viajo. Me detengo porque no es por mí la tristeza. Es por la engañosa, la herida, la consentida vida de todos. Tan frágil y fugaz que va truncando sueños a destajo. No se trata de mí sino del hambre de una verdad infinita que quizás sólo existe en las constelaciones. Se trata de lo oscuro que son nuestros pasos a pleno sol. De la sombra grotesca de barro que somos y aún así tenemos la audacia de soñar. Y quizás soñamos el sueño de otros y los otros sueñan el nuestro.

De fuentes yermas y esquivas venimos y hacia ellas vamos. El llanto me atropella cuando más nítida es la conciencia de que los días se acabarán antes de que bajen las noches. De que el beso se esfumará antes del encuentro de los labios y no arderá leña en el hogar donde el amor herido sucumbió en la amarga eternidad de un instante. En días así sólo queda la mano armada en el aire con un cuchillo de interrogación. Y queda el desconsuelo que sigue empapando mis camisas.

A.F.

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